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El “Negro” González: de los arcos de Nueve de Julio a su vida en Andorra, una charla llena de historias, anécdotas y emoción

Carlos Alfredo “Negro” González, recordado y mítico arquero surgido de Libertad y figura en varios clubes de Nueve de Julio, visitó el estudio acompañado por su amigo de toda la vida, Tato Márquez. Con su humildad intacta y la memoria llena de episodios increíbles, repasó su trayectoria futbolística, sus años en Buenos Aires, su vida actual en Andorra y hasta las situaciones más impensadas que le tocó atravesar.

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Carlos Alfredo “Negro” González volvió a un estudio de radio de su ciudad natal después de décadas. Lo hizo acompañado por su amigo de toda la vida, Tato Márquez, para repasar una historia llena de talento, sacrificio, golpes duros y un amor inquebrantable: el de su mujer, compañera en cada paso.

El famoso Carlos Alfredo “Negro” González —arquero inolvidable de Libertad, San Agustín, Atlético Quiroga y Once Tigres— volvió a sentarse frente a un micrófono – Despertate por Cadena Nueve y Maxima 89.9. No es habitual en él. Lo dijo apenas empezó la nota: “No estoy acostumbrado a esto… pero estoy muy contento de estar acá”.

A su lado estaba Tato Márquez, amigo desde siempre, testigo de la vida del Negro desde los tiempos en que su estilo de arquero volador, arriesgado y elegante hacía pensar inevitablemente en el Loco Gatti. Muchos en Nueve de Julio aún sostienen que el Negro era incluso superior en reflejos y valentía.

“Para mí es un gusto estar acá”, arrancó tímido ante los micrófonos, aunque rápidamente la charla lo fue llevando a aquellos días en los que empezó a forjar su nombre. Su debut futbolero se remonta a fines de los ’50, primero en los Babi del Club Atlético con Hugo Malicia como técnico, y desde 1960 fichado en Libertad por el Negro Gilmar – Rolado Dìaz. Con apenas 11 años ya era arquero en quinta; un año después, titular en cuarta; y al siguiente, suplente de dos colosos de la época: el Cholo Echepare y Miglierina.

Su debut en Primera fue contra San Martín, nada menos que en la cancha de Tigre. “Me tiró un tiro libre el Negro Martínez y me metió la mano para adentro”, recuerda entre risas. En esos años, sin guantes, con pelotas pesadas y tapones de suela, construyó su identidad: el arquero volador, decidido, valiente. Esa impronta lo acompañó siempre, al punto de dejarle la cicatriz en el rostro que aún luce, recuerdo de una salida arriesgada que terminó con un patadón involuntario.

El Negro pasó por San Agustín —donde, como él dice, “me enderezaron”—, por Atlético Quiroga y luego llegó una de las partes más increíbles de su historia: su salto al fútbol de Buenos Aires. Allí alternó entre Racing, Boca y Arsenal de Llavallol en un lapso insólitamente corto. En Racing llegó a practicar con el plantel campeón de Pizzutti, con figuras como Cárdenas, Rulli, Raffo, Perfumo y compañía, una experiencia que aún hoy lo emociona.

En Arsenal, filial de Boca, vivió otro episodio fuera de lo común: jugó en cuarta un domingo y al sábado siguiente fue titular… ¡en Primera C! En La Candela compartió prácticas con gigantes del arco como Antonio Roma y conoció a referentes del fútbol xeneize de aquellos años.

Pero su huella más fuerte en la región la dejó en Once Tigres. Arturo Ares, dirigente fundamental en su vida, lo acompañó incluso en momentos muy duros. El Negro recuerda cómo, mientras hacía el servicio militar, llegó a estar 45 días en calabozo por defenderse de un cabo que intentó disciplinarlo. “Ahí vi cosas que no se pueden creer”, confiesa. En paralelo, seguía jugando gracias a la gestión y el apoyo del querido Ares.

Las lesiones también marcaron su destino futbolístico: un rodillazo de Tete Fuerte, un choque con Gato y un golpe tremendo que lo dejó sin caminar una semana.

Pero la herida que prácticamente terminó con su carrera llegó de manera inesperada: defendiendo a la dueña de la pensión donde vivía, enfrentó a un hombre con antecedentes psiquiátricos y penales. El ataque a cuchillazos casi le cuesta la vida: perdió más de un litro de sangre y quedó con secuelas permanentes en la mano derecha.

Luego vendría su retiro definitivo, algunos pasos por Once Tigres, y más tarde una nueva vida en Buenos Aires como jefe de seguridad en bancos, laboratorios, hoteles y hasta en la Rural, manejando operativos junto a la Policía Federal.

Hasta que en 2002 su vida dio otro vuelco: su hija – Marìá Florencia – anunció que se casaría y se mudaría a Andorra. Con la familia política afincada allí, terminaría él también en ese pequeño principado entre España y Francia, donde hoy vive. “Desocupación cero, un país chiquito pero hermoso”, describe el lugar donde encontró paz después de una vida intensa.

Entre risas, silencios y emoción, el Negro González volvió a sus afectos. Y quienes escucharon esta charla, los que lo vieron atajar y los que no, pudieron saborear una historia que resume la vida de un personaje enorme: un arquero distinto, un luchador incansable y un hombre que sobrevivió —literalmente— a todo.

Una vida de película que, por fin, se contó cómo debía: en primera persona.

Un arquero distinto

El Negro recordó su origen en el fútbol:

“Empecé en el 58 y 59 en los babi del Atlético. En el 60, el Negro Shinmar me fichó para Libertad. Tenía 11 años…”

A partir de ahí, una carrera precoz, llena de atajadas imposibles, golpes, cicatrices y un estilo único. No había guantes, las pelotas pesaban un mundo, pero el Negro se lucía igual.

Su paso por San Agustín lo marcó en lo deportivo y en lo humano:

“Ahí me enderezaron… Vivía y comía en el colegio. Me hicieron bien. Era rebelde, no peleador, pero siempre salía a defender al que no podía defenderse”.

Después vendrían los viajes, las pruebas, las canchas de Racing, Boca, Arsenal de Llavallol, los entrenamientos con figuras del fútbol grande. Y más tarde, la etapa en Atlético Quiroga, donde con apenas cuatro partidos dejó una huella imborrable.

Las heridas que también construyen

El Negro no ocultó nada. Contó con detalles la dureza del servicio militar, los 45 días de calabozo, el electroencefalograma en Campo de Mayo, la cercanía con la violencia institucional de la época. Y más tarde, ya en Buenos Aires, el episodio que cambiaría su vida: la pelea en la pensión que lo dejó con heridas profundas, pérdida de sangre y sin sensibilidad en una mano.

Ese fue el final de su carrera deportiva:

“Podría haber jugado unos años más… pero no pude recuperarme”.

El giro inesperado: trabajo, familia y un amor que sostiene

Tras el retiro involuntario, llegó otra vida. El Negro se casó, trabajó en fábricas, hizo cursos de seguridad y terminó ocupando cargos importantes en bancos, laboratorios, hoteles y eventos de primer nivel.

Pero en medio de la charla, cuando la historia avanza hacia la familia, la emoción aparece sin filtro. El Negro baja el tono, se detiene, respira distinto.

“Mi señora… mi señora es odontóloga. Yo soy más frío, pero ella es muy sentimental. Es la que sostiene todo. La que sostuvo todo siempre”.

Su mujer no solo lo acompañó en los tiempos difíciles en Buenos Aires. También lo sostuvo cuando su única hija, con apenas 20 años, decidió que se casaba y se iba a vivir a Andorra. El Negro lo cuenta entre risas y lágrimas contenidas:

“Entró al consultorio y dijo: ‘Mamá, me caso y me voy’. No entendíamos nada… ¡la única hija!”

Gran parte de la familia de su esposa vive en Galicia, y ese puente familiar fue clave. Finalmente, la hija se fue… y ellos también.

Andorra, el destino inesperado

El pequeño principado entre España y Francia —más chico en superficie que 9 de Julio— se convirtió en su hogar desde 2002.

“No se crean que es fácil vivir allá… Es un paraíso fiscal, sí, pero para entrar hay que tener trabajo, seguridad, cumplir todo. No te regalan nada”.

Y allí está hoy el Negro: tranquilo, trabajando, rodeado de afectos, extrañando siempre a su ciudad natal, pero feliz de haber construido una vida nueva.

Una historia para escuchar y guardar

La entrevista fue un viaje: del potrero a las canchas grandes, del calabozo militar a las atajadas memorables, de las pensiones porteñas a un episodio que casi le cuesta la vida, del casamiento, el trabajo y las responsabilidades… hasta el amor, ese que se menciona poco pero sostiene todo.

El Negro González volvió a su Nueve de Julio y regaló una charla de oro. Para quienes lo conocieron, una caricia a la memoria. Para quienes no, el descubrimiento de un personaje enorme, simple, querido y lleno de historias que, como su vida, merecen ser contadas.

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