El escenario político argentino ha dado un giro sísmico: la detención de Cristina Fernández, dos veces presidenta y figura central del kirchnerismo, marca un punto de inflexión histórico.
Lo que sigue no es solo una discusión jurídica, sino una profunda reconfiguración del tablero político, especialmente dentro del peronismo.
El acto masivo convocado en respuesta a su detención –con columnas que marcharon desde distintos puntos del país, sindicatos movilizados, referentes de todas las vertientes del PJ presentes y una Plaza de Mayo colmada– puede leerse de dos maneras.
Por un lado, como el germen de un peronismo unido, capaz de dejar atrás las rencillas internas ante una causa común. Por el otro, como el canto del cisne de un movimiento que, sin liderazgo claro y con una figura central judicialmente cercada, podría comenzar un proceso de desintegración.
La unidad frente a la adversidad
La historia del peronismo demuestra que sabe sobrevivir y reorganizarse en contextos adversos. La proscripción de Perón, el exilio, la violencia de los 70 y la derrota de 1983 no significaron su fin, sino reconfiguraciones. En ese sentido, la imagen de miles de personas rodeando Comodoro Py o la Casa Rosada podría ser el equivalente simbólico a otras resistencias históricas del movimiento. La narrativa de la persecución política y la judicialización de los liderazgos peronistas tiene eco en una parte importante del electorado, y ese eco puede ser el cemento para una unidad largamente postergada.
En este marco, la detención de Cristina podría funcionar como catalizador de una nueva épica, con una militancia activa, movilizada, y un PJ que, al menos por un momento, deja de lado las peleas intestinas. Gobernadores, intendentes, La Cámpora, sindicatos y organizaciones sociales podrían ver en la figura de Cristina no solo a una líder caída, sino al símbolo de un proyecto que se niega a morir.
El vacío de liderazgo y el riesgo de fractura
Sin embargo, también es posible que la detención cristalice un problema de fondo: la dependencia del peronismo (y especialmente del kirchnerismo) de figuras personalistas. Cristina ha sido durante casi dos décadas la referencia central, articuladora de poder y de relato. Con su figura fuera del tablero, lo que queda es una constelación de dirigentes sin capacidad individual de conducir el movimiento: Massa, Kicillof, Máximo, gobernadores como Uñac o Zamora… ninguno parece tener hoy la estatura simbólica ni el consenso necesario.
El riesgo es que, más que unidad, la detención precipite un reordenamiento por fragmentación. Que cada sector intente preservar lo propio en lugar de construir una estrategia común. Que se imponga la lógica del “sálvese quien pueda” antes que la de una conducción colectiva. Y que, en ese contexto, el electorado peronista se disperse o se vea seducido por nuevas propuestas, incluso por fuera del movimiento.
¿Y ahora qué?
La pregunta no es solo si el peronismo puede unirse, sino si puede renovarse. Si puede construir una nueva narrativa que no dependa únicamente de la defensa de sus figuras históricas, sino de una propuesta para el futuro. Si la unidad que se vislumbra en las calles es duradera o meramente emocional. Y si sabrá encontrar una nueva conducción que no emerja del dedo de Cristina, sino del consenso y la capacidad de articular mayorías.
Cristina detenida puede ser el principio de un nuevo ciclo peronista o el final de una etapa. Dependerá, como tantas veces en la historia argentina, de cómo se canalice la bronca, la esperanza y la memoria.
También depende de una alternativa que canalice esa masa de electores en el supuesto del final de un movimiento altamente fragmentado para un resurgir de una Democracia en acción.
El progresismo, luego del Consenso de Washington (neoliberales más socialdemócratas) se impusieron con la aprobación de Menem, con una Constitución (1994) acorde a su voluntad partidista detrás de figuras que llaman líderes que unen. Una estupidez que les resultó y que Cristina compró (desde Kicillof en 2014 -por eso devaluó y se endeudó, como luego hicieron todos). Pero, el peronismo es la gente que resulta peronista: y el peronismo elige a sus jefes políticos; Cristina no es un jefe político, como no lo fue Kirchner hasta que se ganó ese mote. Porque no decide alguien quién es y menos desde un Instituto (como el Patria). De hecho, Cristina llevó al pueblo al fracaso; ningún peronista la enfrentará por su voz excluyente pero no se requiere de unidad (y menos de vagos desesperados por un puesto político).