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Sandro, el chico de Valentín Alsina que se convirtió en leyenda

A 80 años de su nacimiento, se lo recuerda desde los orígenes humildes como Roberto Sánchez, el joven que soñó con ser artista desde un conventillo en Lanús y terminó conquistando América como Sandro tras sus primeros pasos entre triciclos, guitarras prestadas y jingles barriales, hasta convertirse en ídolo continental del rock y la balada romántica

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A las 3:20 de la madrugada del 19 de agosto de 1945, nacía en Lanús Roberto Sánchez, el único hijo de Irma Nidia Ocampo y Vicente Sánchez. Fue anotado con ese nombre porque en el Registro Civil no le permitieron Sándor, el nombre de raíces gitanas que soñaba su madre. Pero el destino no le impidió tomar ese apodo años más tarde para transformarse en Sandro, figura clave del nacimiento del rock nacional y uno de los artistas más queridos del continente.

Este martes, cuando hubiera cumplido 80 años —falleció el 4 de enero de 2010—, su legado se recuerda con más fuerza que nunca.

Su biografía autorizada, Sandro de América, escrita por la periodista Graciela Guiñazú, retrata el camino del chico que creció en una casa de inquilinato de la calle Tuyutí al 3016, a metros de Puente Alsina, soñando con ser “artista de cine en colores” y que, sin saberlo, escribiría una de las historias más potentes de la música popular argentina.

Desde su infancia, Roberto alternó entre juegos callejeros, tardes en la Biblioteca Popular Sarmiento, y tareas para ayudar a la economía familiar: repartía vino con su papá, fue aprendiz de tornero, relojero, ayudante mecánico, montador de avisos, cadete y hasta retapizó butacas de cine. Cualquier trabajo le servía para ahorrar unos pesos y alimentar su pasión por la música.

Su primer show fue el 9 de julio de 1958, a los 12 años, en el Salón La Polonesa. Pintado con corcho quemado, jopo de alambre y gomina, hizo un playback de Elvis. Pero fue cuando el tocadiscos falló y se animó a cantar a capela que nació el artista: lo ovacionaron padres, alumnos y maestros.

Pronto, armó su primer grupo, Los Caniches de Oklahoma, y a los 15 años escribió su primer rock: “Comiendo rosquitas calientes en Puente Alsina”. También grabó su voz en un jingle para la sedería Bruno, por el que no le pagaron, pero lo hizo conocido en el barrio.

Su gran salto fue en 1961, cuando formó Los de Fuego con amigos de Valentín Alsina. Ensayaban entre damajuanas en el garaje familiar, mientras su madre, Nina, diseñaba el vestuario de la banda. Un día, un empresario le propuso debutar como solista en el Recreo San Andrés, en Villa Jardín, y él eligió el nombre que el Registro Civil le había negado: “Presénteme como Sandro”. Así nació oficialmente el mito.

Desde entonces, la carrera fue meteórica: 46 discos originales, más de 22 millones de copias vendidas, 13 películas, giras por América Latina, 40 shows en el Gran Rex en una misma temporada y el cariño incondicional de varias generaciones. Fue el primer latinoamericano en cantar en el Madison Square Garden de Nueva York y se llevó a la tumba la pasión de miles de “nenas” que lo siguieron hasta el final.

Hoy, a ocho décadas de su nacimiento, su figura no solo se recuerda: se celebra. Porque Sandro no fue solo un ídolo; fue el símbolo de que los sueños nacidos en una pieza humilde del conurbano también pueden conquistar al mundo.

Sandro y Los de Fuego

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