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“Juancito de La Trocha vuelve a las aulas: un proyecto escolar revive su historia en el Museo”

Alumnos de 4° grado B de la Escuela N°3 llevan adelante un emotivo proyecto desde “El museo en las escuelas”, donde investigaron la vida de 'Juancito de La Trocha', personaje entrañable de Nueve de Julio con la colaboración del Museo y de Roberto Castro, rescataron su historia, recuperaron su canción y preparan una muestra para fin de año

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“¡Juancito, Juancito… Juancito!” coreaban los chicos del barrio cuando lo veían aparecer con su bici roja, su bastón heredado del abuelo y una sonrisa que contagiaba. Hoy, ese mismo espíritu vive en las aulas de 4° B de la Escuela N°3, gracias a un proyecto que une la historia, la emoción y el compromiso comunitario.

La docente del curso, Carina Gentile, con el acompañamiento de Roberto Castro y el equipo del Museo ‘Julio de Vedia’, propuso a sus alumnos indagar la historia de Juancito, aquel personaje querido de Nueve de Julio que supo ganarse el cariño de todos vendiendo sus productos por los barrios, siempre con una palabra amable, un piropo inocente y una actitud incansable.

Durante el proyecto, no solo conocieron su historia de vida —marcada por la superación personal, la pérdida de su madre, el aprendizaje en bicicleta y su entrañable vínculo con Coco—, sino que también recuperaron la canción que se le compuso hace años. Este hallazgo será parte de una muestra que se realizará en el Museo local hacia fin de año, como cierre del trabajo.

Juancito, un símbolo de identidad local

Nacido entre señales de ferrocarril y estrellas, Juancito fue más que un vecino pintoresco. Fue un símbolo de resiliencia y ternura. Desde su barrio en La Trocha, hasta los escenarios más grandes de su vida —como el desfile en Once Tigres en su sulky tirado por un petiso bayo—, supo dejar huellas imborrables.

La bici de Juancito, su bastón y su foto aún se conservan en el Museo de Nueve de Julio. Ese mismo espacio abrirá sus puertas próximamente para recibir la muestra de los chicos de 4° B, quienes, como aquellos pibes de antaño que lo esperaban en la vereda, hoy también rodean su historia, la preguntan, la escuchan y la hacen propia.

Un proyecto que trasciende el aula

“El museo en las escuelas” no solo permitió a los estudiantes aprender sobre el pasado local, sino también comprender el valor de los vínculos comunitarios, el trabajo colaborativo y la importancia de contar y preservar las historias que nos identifican.

Juancito, el eterno “enanito de La Trocha”, vive ahora en las palabras de los niños, en sus dibujos, en su canción recuperada y en una muestra que promete emocionar a todo un pueblo.

Porque hay personajes que no se olvidan… y hay escuelas que los hacen volver.

El trabajo de los alumnos:

La historia vuelve a rodar: Juancito de La Trocha, un legado que inspira a nuevas generaciones

… y así, Juancito, se lanzó al mundo
a ganarse la vida.

– ¡Juancito…! ¡Juancito…! ¡Juancito…! – coreaban a coro un montón de muchachitos que, tomados de la mano, habían formado un círculo rodeando a una personita con rasgos de grande, pero de estatura chiquita como la de ellos.

– ¿Juancito, por qué sos tan chiquito? – preguntó el más chiquito de los pibes de la ronda que se había apartado de ella para interrogarlo.

– Sí, Juancito –preguntaron, a coro, todos – ¿Por qué?

Era de tardecita, justo la hora en que la barriada de pibes jugaba sus últimos juegos diarios a la espera del llamado de sus padres para volver a casa a efectuar tareas y preparase para la cena y reposo.

– ¿Ven aquella estrellita que ya asoma en el cielo cuando aún no ha caído la noche?
– ¡Sí…!
– Bueno -empezó a contarnos Juancito-, dicen que hace unos cuantos años, tantos como los que tengo hoy, no se veía. Mi mami me contó que había llegado guiada por una estrella desde un país muy lejano llamado Yugoeslavia. En todo su viaje la estrella había estado presente ante sus ojos. En la tierra y en el mar. Un día que trabajaba, como era habitual, con las señales del ferrocarril, allá en La Trocha, muy cansada por que la panza que tenía le pesaba mucho, cuando bajó la última palanca de señales, sintió un dolor fuerte que la hizo trastabillar y mirar al cielo. Elevando los ojos vio que una estrella, en vez de caer, como suele suceder, se elevaba hacia el firmamento que todavía estaba claro. Pronta se dirigió a su casa y, recostada en su cama, ayudada por doña Juana, me trajo al mundo. Dicen que la estrella, que hacía mucho había caído del cielo -como lo hacen normalmente las estrellas en noches muy estrelladas y de luna clara- volvía al cielo porque había nacido yo y porque algo iba a suceder.
– ¡Qué lindo Juancito!
– Chicos… ¡Adentro! ¡A casa! – al unísono los papis de la cuadra llamaron a sus hijos.

Desconcertada se había visto a la pequeña silueta deambulando por las barriadas.
Había fallecido la mamá de Juancito.

– ¿Qué voy a hacer ahora, Coco? Se fue mamá. Me he quedado solo.
– Mirá, Juancito – le contestó Coco esa tardecita – me parece que tu estrella está brillando más. Mami debe haber llegado a ella.

Coco le había enseñado a andar en bici. En la bici de su sobrinita, que era chiquita y del tamaño como para que Juancito pudiera andar. Primero asustado y a regañadientes, luego eufórico al comprobar que podía hacerlo, Juancito había aprendido a andar en bicicleta.
Esa mañana, el tranco bonachón de la diminuta figura se acercó al centro del Barrio “Los Materos”, al negocio de su amigo Coco.

– Vení, Juancito – lo llamó Coco.
– Vení, tengo algo para vos – le dijo Coco, a la vez que acercaba un envoltorio de papel madera luciendo un hermoso moño colorado – esto es para vos. Te quedé debiendo el regalo de tu último cumpleaños.
– Gra…cias, amigo. Pero…
Con gestos de admiración sus pequeñas manecitas fueron rasgando el papel y desenvolviendo el regalo.
– ¡Ohhh! ¡Una bici! – gritó Juancito mientras corría desenfrenado a refugiarse entre los brazos de su amigo envuelto en lágrimas y rodeado de aplausos de los vecinos que, de a poquito, se habían arrimado.
– ¡Coco, querido!
– Bueno, Juancito. El otro día me preguntaste que iba a ser de vos. Mirá, ¿no te parece buena idea que, con tu bici, recorras las barriadas vendiendo algunos productos que yo te puedo dar y, por qué no, billetes de lotería? Podemos pedir a los Gianni que te den para vender. De esa forma podés ganarte la vida.
– ¿Qué te parece?
– ¿Te parece que podré, Coco?
– Claro que sí.

Al otro día, muy temprano, apareció Juancito en el negocio de Coco, caminando al lado de la bicicleta roja, sostenida por su mano derecha.
– Estoy listo, amigo. Además me traje un bastoncito que mamá me contó que había sido del abuelo. Como soy bajito no llego a los timbres de las casas, así que con su ayuda llegaré.
– Bien. Me parece bárbaro. Te preparé algunos productos de limpieza, repasadores, trapos rejilla, medias y focos de luz para que vendas. Ah… los Gianni me dieron también estos billetes y me dijeron que te manejes con ellos directamente para su venta.
– ¡Suerte, Juancito!
– Ah, y ojo con las chicas… Mirá que sos chiquito de estatura solamente y te gustan mucho las señoritas. Piropéalas, pero ojo con las que tienen novio o están casadas.

Y así Juancito se lanzó al mundo a ganarse la vida. El bonachón, sonreídor, charlatán y piropeador “Juancito de La Trocha”, aunque ya no vivía allí, pasó a ser un personaje en el pueblo.
El mediodía siempre lo sorprendía en Santa Fe y Río Paraná, donde almorzaba con su amigo entrañable.
En el Barrio Los Materos, en el Luján y en todos los que recorría, la respuesta era la misma: todo el mundo colaboraba con Juancito.
Cuando llegaba a cada cuadra, el enjambre local de muchachitos lo recibía entre risas y vivas.
– ¡Juancito, Juancito…Juancito! – coreaban, rodeándolo.
– ¡Ahí viene Juancito!
– ¡Vamos, dejen pasar…! –gritaba Juancito revoleando su bastoncito, como enojado. Pero no era enojo, era su forma de manifestar su afecto pues en cada ademán, una sonrisa acompañada de una socarrona vocecita se desprendía de su figura.

Y así pasó sus años Juancito.
En varias oportunidades se lo vio ofreciendo sus productos hasta en El Provincial, Dennehy, Patricios o French.
El billete que ofrecía siempre era el último.
– Cómpremelo, señora ¡es el último que me queda!- Una vez efectuada su venta, sigilosamente, de su pequeña cartera, extraía otro.

– Pará Juancito. Esperá que tengo que hablar con vos – gritó Coco al ver pasar a su amigo tras los cristales de la ventana de su negocio.
– Mirá, dentro quince días se va a hacer un festival a beneficio del Hospital, en la cancha de Once Tigres. Nos han pedido a las sociedades de fomento de los barrios que participen en una especie de desfile, representando al barrio. Nos reunimos y creemos que vos sos el personaje del barrio que más nos representa, así que te pedimos nos hagas la gauchada de hacerlo. Te van a acompañar algunos de los que están preparando el corso que haremos en el barrio ¿Qué te parece?
– Está bien, por el barrio y por vos cualquier cosa. Pero ¿tengo que ir con la bici? Mirá que se me va poner bravo pedaleando por el pasto de la cancha.
– No, pensamos que lo podés hacer en el sulkycito que tiene Juan. ¿Qué opinás?
– ¿Con el peticito bayo?
– Sí.
– ¡Qué lindo! Bueno, de acuerdo. Mañana paso y nos organizamos.

Ese festival a beneficio del Hospital, contó en su desfile con la grata presencia de Juancito, que lo hizo, pero no en su roja bicicleta, sino en un hermoso sulkycito tirado por un petiso bayo, muy bonito.

También con Coco, Juancito tuvo oportunidad de conocer Buenos Aires. Varias veces viajó en compañía de su amigo por sus trámites jubilatorios, teniendo además, la posibilidad de deleitarse con el Patinaje sobre Hielo, en el Luna Park, y conocer un poco del mundo artístico con el cual se sentía altamente identificado, además de las porteñas, las cuales no dejaron de recibir miles de piropos del nuevejuliense.

Hace como veintisiete años, muchos de los que hoy ya somos grandes y de los chicos que eran más chicos, vimos una estrella que a la tardecita volaba a unirse a la que Juancito nos había marcado en su relato. Ese día, nos enteramos, pasado un tiempo, Juancito, “el enanito de La Trocha”, montado en ella, viajaba a encontrarse con su madre.

La bici de Juancito se conserva en el Museo. Él le había pedido a Coco que no la vendiera. También está su foto, desfilando en Once Tigres, tal cual la publicó “El 9 de Julio”.

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