En el mediodía de este soleado domingo de Pentecostés, el silencio de los caminos del Monasterio Benedictino Santa María de Los Toldos se quebró con una mezcla de solemnidad, oración y profunda emoción.
El Padre Mamerto Menapace, reconocido monje benedictino, referente espiritual, autor de innumerables libros donde ponía la palabra de Dios en sencillo, seguido por miles de argentinos, recibió sepultura en el cementerio del monasterio que fue su casa durante más de siete décadas.
Luego de la misa de cuerpo presente celebrada en la capilla del monasterio —a la que asistieron hermanos de comunidad, vecinos, amigos, y fieles de distintas regiones, esencialmente de Los Toldos y Nueve de Julio—, el cortejo fúnebre recorrió lentamente los senderos internos hasta el lugar de descanso final.
El ataúd fue llevado un coche fúnebre acompañado por sus hermanos de comunidad, en medio del silencio respetuoso y las oraciones compartidas junto a los asistentes que viaron desde distintos puntos para acompañarlo en este final terrenal.
Las palabras del ritual de despedida resonaron con fuerza en los corazones presentes, al ser pronunciadas por el Abad, padre Osvaldo Donnici:
“Padre de bondad, en tus manos encomendamos el alma de nuestro hermano Mamerto, con la esperanza de que en el último día resucitará con Cristo…”.
Mientras el féretro era descendido a tierra, un clima de recogimiento espiritual invadió a los asistentes. Con la “primera palada” y el cajón en la tierra, una cinta blanca marcaba el cierre de una vida que se había entrelazado con muchas personas que se enriquecieron con sus palabras de humanidad y humildad, el humor y la hondura que lo caracterizaron.
La ceremonia concluyó con el canto del Aleluya pascual y una oración a la Virgen, recordando el legado de fe y esperanza que el monje dejó con cada uno de sus escritos, sus charlas y su testimonio de vida. Fue una despedida sencilla, pero profundamente significativa. Humana y espiritual, como lo fue su vida.
Un legado que trasciende
El Padre Mamerto Menapace, nacido en el seno de una familia rural en el norte de la provincia de Santa Fé, el chaco-santafecino, ingresó de niño a completar la primaria en el Monasterio y joven se sumó a la orden benedictina. Supo combinar la sabiduría monástica con una pluma ágil y cercana, publicando decenas de libros que cruzan la espiritualidad con la vida cotidiana, siempre con un lenguaje accesible, de metáforas con escenarios al alcance de todos para su interpretación y lleno de humanidad.
En sus relatos convivían los animales del campo, los personajes populares y las enseñanzas de Cristo. Por eso su figura trascendió lo estrictamente religioso: fue un puente entre la fe y la cultura popular, y un referente de serenidad en tiempos de ruido.
Hasta el próximo encuentro
“Hasta el próximo encuentro, Padre Mamerto”, se escuchó decir a uno de los monjes al finalizar la ceremonia. Porque para quienes lo conocieron, su partida no es un adiós definitivo, sino el comienzo de una nueva forma de presencia. En sus textos, en sus enseñanzas y en el ejemplo de su vida sencilla, quedará viva la voz de un hombre que supo hablarle al alma del pueblo argentino.
Y como él mismo escribió una vez:
“La muerte no es una despedida, sino una mudanza. El que ama, nunca se va del todo”.