El 22 de octubre, el santoral católico recuerda a San Juan Pablo II, quien, con su incansable liderazgo y profundo sentido de fe, dejó una huella imborrable en la historia de la Iglesia y del mundo. Nacido en Polonia como Karol Wojtyla, su pontificado, que se extendió desde 1978 hasta su muerte en 2005, marcó un antes y un después en la vida de los católicos y de millones de personas en el planeta.
El Papa polaco, el primero no italiano en 455 años, fue también el primer Pontífice de origen eslavo, lo que representó un cambio significativo en la dinámica interna de la Iglesia. Su vida estuvo marcada por los totalitarismos que vivió en su juventud, primero bajo el régimen nazi y luego durante el dominio soviético en su tierra natal. Sin embargo, esa adversidad forjó un carácter de resiliencia y una fe inquebrantable.
A lo largo de su pontificado, Juan Pablo II fue reconocido por su incansable labor en favor de la dignidad humana, la defensa de los derechos fundamentales y la promoción de la paz. Su famoso grito “¡No tengan miedo! ¡Abran, más aún, abran de par en par las puertas a Cristo!”, pronunció en su primera visita a Polonia, se convirtió en un símbolo de su lucha por la libertad y contra los regímenes totalitarios. Su trabajo contribuyó decisivamente al colapso pacífico del comunismo en Europa del Este, particularmente en su Polonia natal.
Además, su pontificado fue caracterizado por su incansable itinerario. Fue conocido como el Papa peregrino, viajando más que todos sus predecesores juntos y llevando el mensaje del Evangelio a todos los rincones del mundo.
La devoción hacia él sigue viva, especialmente entre los jóvenes, a quienes dedicó las Jornadas Mundiales de la Juventud, y en muchos fieles que lo invocan como protector de las familias, los jóvenes y los derechos a la vida.
El proceso de canonización de San Juan Pablo II, llevado a cabo en tiempo récord, se sustentó en dos milagros atribuibles a su intercesión. El primero fue la inexplicable curación de la hermana Marie Simon-Pierre, una monja francesa con Parkinson, enfermedad que él mismo padecía. El segundo milagro fue la sanación de Floribeth Mora Díaz, una abogada costarricense que se curó de un aneurisma cerebral considerado incurable por la medicina moderna.
Junto a él, en este día, la Iglesia recuerda también a otros santos como San Abercio de Hierápolis y las Santas Nunilo y Alodia, mártires. Esta fecha es una oportunidad para reflexionar sobre el legado de aquellos que, con su vida y ejemplo, han marcado la historia de la fe.
En sus oraciones, la Iglesia le pide al Señor, por intercesión de San Juan Pablo II, que se sigan manifestando los frutos de su paso por este mundo: “Oh, Santa Trinidad, te damos gracias por haber donado a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y por haber hecho resplandecer en él la ternura de tu Paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor.”
San Juan Pablo II sigue siendo un faro de esperanza, su vida un testimonio global que continúa inspirando a generaciones de católicos en todo el mundo.