jueves, mayo 8, 2025
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Eva Perón, llama eterna del subsuelo argentino

Escribe para Cadena Nueve, Luis Gotte*

Un 7 de mayo nació, como nacen las cosas más necesarias: en silencio, con humildad, en los márgenes del poder. Evita, la mujer que no buscó la historia, pero la historia vino a buscarla. No fue reina, ni madre, ni jefa: fue compañera. No se alzó por privilegio ni fortuna, sino por amor y coraje. Y en ese amor, se hizo eterna.

Evita fue la flor indómita que brotó del alma del pueblo, la voz del subsuelo de la patria que un 17 de Octubre se levantó. Donde hubo injusticia, puso justicia. Donde hubo abandono, llevó ternura. Donde hubo dolor, puso su cuerpo. Porque ella no representó al pueblo: fue el pueblo. Fue la sangre dolida de las obreras, el clamor postergado de las madres, el susurro de los niños sin escuela, el grito de los descamisados.

Su amor por Perón no fue el amor pasivo de quien sigue, sino el amor activo de quien empuja, sostiene y lucha. A su lado fue puente entre el conductor y su pueblo, alma de una causa más grande que ella misma: la justicia social hecha carne.

Evita no pidió permiso para soñar con un país mejor. Lo soñó y lo peleó. En cada hospital construido, en cada máquina de coser entregada, en cada hogar para madres solteras, en cada zapatito nuevo para un niño pobre, dejó un legado que no cabe en los libros, pero que vive en la memoria viva del pueblo.
Murió joven, pero vivirá por siglos. Porque los mártires no mueren: se siembran. Y Eva Perón fue la semilla más pura y dolorosa que dejó el peronismo. Su tumba no está en Recoleta, su tumba está en cada corazón trabajador que la llora y la honra.

Evita es llama. Es bandera. Es escudo de los humildes. Es coraje de los que no se resignan. Es la voz que nos grita desde la historia: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”.

Hoy, en un nuevo aniversario de su natalicio, no le rendimos homenaje con flores ni estatuas. Le rendimos homenaje cuando nos atrevemos a soñar, como ella, con una Patria justa, libre y soberana.
Evita vive. En el alma ardiente del pueblo. En la marcha incansable que desafía el tiempo. En la ternura combativa que abraza la esperanza. En cada lágrima digna, que jamás se doblega.

*Autor de ‘La Hora de los Intendentes’

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