La celebración del Día de la Independencia, es en recuerdo de aquella Acta de la Independencia firmada en el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816, por representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Esta gesta fue el inicio de la emancipación formal de España, en un momento en que las luchas independentistas se daban en todo el continente.
Por eso es un día feriado en la Argentina, y al ser un sábado, no impacta en demasía en el mundo laboral.
Si es una fecha trascendental para la historia nacional.
A 206 años se recuerda un voto unánime que apoya la proposición formulada por el presidente Narciso Laprida. «¿Quiere el Congreso que las Provincias Unidas del Río de la Plata formen una sola nación libre e independiente de los reyes de España?». Los diputados se ponen de pie, «llenos de santo amor por la justicia» — estampa con palabra cálida el redactor del acta inolvidable, — y contestan que sí por aclamación.
Hacía ya casi seis años desde la Revolución del 25 de Mayo de 1810, que la Nación se autogobemaba, cuando el Congreso de Tucumán celebró, con fecha 24 de marzo de 1816, su primera sesión.
Los gobiernos patrios, establecidos en Buenos Aires durante la caída del gobierno real en España y la invasión napoleónica, habían intentado, con diferente grado de éxito, extender su revolución en todo el virreinato y para ello, se había establecido una estructura legal para un gobierno independiente, pero la independencia aún no había sido declarada y en consecuencia, no se había dictado Constitución alguna.
Por entonces, al retornar Fernando VII al trono español y proceder a la preparación de expediciones a fin de reconquistar su imperio en América y estando el Ejército de los Andes preparándose en Mendoza para cruzar la cordillera y luchar en Chile contra las fuerzas realistas, como primer paso del proyecto continental de San Martín para liberar a los pueblos de la América Hispana, muchos líderes, inclusive el propio San Martín, así como también Manuel Belgrano, creyeron que era esencial que dicha declaración se llevara a cabo inmediatamente a fin de clarificar la situación y de levantar el espíritu del pueblo; haciendo caso omiso de las objeciones de aquellos que consideraban que la misma era innecesaria, o bien que era un paso de carácter demasiado irrevocable en una situación tan crítica como la de entonces.
El Congreso de Tucumán designa Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón, el dilecto amigo de San Martín, cuya valiente intervención y decisivo apoyo, le facilitó el cruce de los Andes y la liberación de Chile.
Por eso lo primero que hace el nuevo Director al recibir el mando, es manifestar su opinión de que el Congreso debe declarar la Independencia. Belgrano insiste en el mismo sentido. San Martín escribe a sus amigos, induciéndolos a obrar sin demora. A
Ese martes 9 de julio, fue un día «claro y hermoso en San Miguel de Tucumán», según escribió el fray Cayetano Rodríguez, diputado por Buenos Aires. Después de sesionar varias horas en la bella y espaciosa casa cedida por doña Francisca Bazán de Laguna, el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, ejerciendo la Presidencia el doctor Francisco Narciso de Laprida y el doctor Mariano Boedo como vicepresidente, a moción del diputado por Jujuy Teodoro Sánchez de Bustamante, se dio prioridad al proyecto de “deliberación sobre libertad e independencia del país” y luego de «una larga sesión de nueve horas continuas desde las ocho de la mañana en que nos declaramos en sesión permanente» (escribió el doctor José Darragueira, uno de los congresales), el Congreso proclamó la independencia el 9 de julio de 1816.
Por primera vez una asamblea argentina llega a resolver las cuestiones para la que fuera convocada. Acállanse los resentimientos políticos y el Congreso logra cumplir su alto destino. Los Congresales discuten en sesión privada durante la tarde del 8 de julio, y se comprometen solemnemente a tratar al día siguiente el magno problema. Felizmente, el 9 de julio se reúne el Congreso, y un voto unánime apoya la proposición formulada por el presidente Laprida. «¿Quiere el Congreso que las Provincias Unidas del Río de la Plata formen una sola nación libre e independiente de los reyes de España?». Los diputados se ponen de pie, «llenos de santo amor por la justicia» — estampa con palabra cálida el redactor del acta inolvidable, — y contestan que sí por aclamación.
El Acta de la Independencia aprobada ese día en Tucumán dice: “En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel del Tucumán, a nueve días del mes de julio de mil ochocientos diez y seis terminada la sesión ordinaria, el Congreso de las Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre, el grande y augusto objeto de la independencia de los pueblos que la forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España; los representantes sin embargo, consagraron a tan arduo asunto, toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la muerte suya, pueblos representados y posteridad”
“Nos, los representantes de las Provincias Unidas de Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside el Universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo, la justicia que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que la ligan a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados e investirse del alto carácter de una Nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas, así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo del seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos inpulsivos de esta solemne declaración. Dada en la Sala de Sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios”.
A 206 años, más que nunca los representantes del pueblo deberán pensar en reivindicar aquella gesta y encontrar caminos de unidad nacional, con objetivos para paliar las dificultades coyunturales.
La celebración de la Declaración de la Independencia, los convoca que a propuestas superadoras a la crisis vigente.