Crece la presencia de fiebre amarilla en Latinoamérica y la comunidad sanitaria de Argentina prende las alertas ante posibles problemas. De hecho, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) reportó casos más allá de la región amazónica e identificó cifras que no se observaban desde hacía una década. Brasil, Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia son algunas de las naciones en las que se advierte con mayor claridad esta situación. En el país, por una decisión reciente del Gobierno, la vacuna para prevenir la enfermedad solo es gratuita en zonas de riesgo, esto es, en lugares en que la transmisión está comprobada. El resto deberá pagar para inocularse aproximadamente 220 mil pesos por una dosis.
Según la OPS, Latinoamérica reportó un total de 350 contagios y 150 muertes a causa de fiebre amarilla, con una letalidad del orden del 42 por ciento. La mayoría de las personas que afrontaron cuadros severos y luego fallecieron no habían sido inmunizadas previamente. De aquí que los organismos internacionales insistan a los Estados para reforzar la protección.
En Argentina, según el último boletín epidemiológico, los casos de fiebre amarilla crecieron un 30 por ciento durante 2025, en relación a la media de los años previos (2020-2024); y la recomendación es inmunizarse para evitar una enfermedad grave que puede desencadenar en la muerte. El problema es que el Gobierno decidió hace dos meses que solo los residentes y los trabajadores de áreas endémicas accedieran a la vacuna sin ningún costo. Mientras que los ciudadanos de Misiones, Corrientes, Formosa y algunos departamentos específicos de Chaco, Salta y Jujuy podrán acceder gratis a la protección, las personas de provincias en las que la enfermedad no tenga presencia no serán inmunizadas por el Estado.
El ministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, dijo en X: “Hoy, ya empezamos a ver alertas por una posible epidemia. Cuando el Estado reduce herramientas de prevención y vigilancia nos deja vulnerables. Un Gobierno cada vez más antivacunas, que no gestiona e improvisa”. Por su parte, Daniela Hozbor, investigadora del Conicet en el Instituto de Biotecnología y Biología Molecular, dice a Página 12: “Lo de la fiebre amarilla es preocupante, ya tenemos una alerta de la OPS. Justo Argentina decide portarse mal, ya que decidió cambiar la gratuidad de la vacuna, incluso para aquellos que viajan a zonas con fiebre amarilla”.
Así, quienes se dirijan a zonas comprometidas (y no vivan en ellas), podrán acceder a la protección pagando por ella en centros privados. Eso sí, hay que saber que la única dosis tiene un valor de 220 mil pesos. Esta fue una decisión que se enmarcó dentro de plan motosierra. “La medida busca garantizar un uso responsable y eficiente de los recursos públicos, priorizando las necesidades sanitarias reales de la población argentina. Los recursos existen y se están orientando hacia una mejor atención a los pacientes, la mejora de las instalaciones y una remuneración más justa para el personal de salud”, justificaron el recorte desde el gobierno.
Con esta acción, el Estado redujo un 34 por ciento las dosis a comprar y se ahorró 700 mil dólares. Si la epidemia prospera, el ahorro será insignificante si se lo compara con el daño.
Mejor prevenir
Oscar Atienza, médico, experto en salud pública y docente de la Universidad Nacional de Córdoba, señala a este diario: “Es una enfermedad que viene en aumento, y si a eso le sumamos la situación con la vacunación vamos a trasformar esto en una situación más peligrosa. La gente que no viaja vacunada al exterior, puede infectarse y al volver a Argentina, podría producir focos de contagio en nuestro país”. Y continúa con la explicación: “Este mosquito tiene una extensión territorial que cubre todo el centro y el norte de Argentina. De modo que la llegada de gente con fiebre amarilla puede conducir a que esos mosquitos se terminen contagiando y a partir de allí, a través de nuevas picaduras, lo transmitan a otras personas”.
En Brasil, por ejemplo, una de las señales que permite, por estos días, entrever una virulencia mayor de la fiebre amarilla es el registro de muertes masivas de primates no humanos. En 2016, de hecho, el ministerio de Salud brasileño lanzó la campaña “La culpa no es del macaco”, porque los pobladores asesinaban a los monos creyendo que era el gran vector del virus cuando en verdad eran los primeros que fallecían. Se los conoce como “centinelas de la salud pública” porque con su muerte temprana, y sin un sistema inmunológico muy robusto, dan aviso del ingreso de un nuevo virus a una determinada región.
Hay que tener en cuenta que la vacuna para combatir a la fiebre amarilla es segura y eficaz. Además, con una sola dosis alcanza para prevenir una enfermedad grave durante toda la vida. Al respecto, Hozbor agrega: “La vacuna es muy efectiva. Se sabe que con una dosis se consigue una eficacia muy alta. Hay datos que muestran que el 90 por ciento de los sujetos vacunados desarrollan anticuerpos neutralizantes a los 10 días y que el 99 por ciento los desarrollan a los 30 días de haber recibido el pinchazo”.
Un mosquito con historia
La afección viral es provocada por la picadura de un mosquito Aedes aegypti (el mismo que transmite dengue), que afecta al hígado y a otros órganos. Pronto, desencadena el elenco estable de síntomas que comúnmente aparecen en estos casos: malestar, dolor de cabeza, fiebre alta, náuseas y vómitos. Se le dice “amarilla” a esta fiebre porque adicionalmente, en casos graves, provoca una coloración amarillenta en la piel (denominada ictericia). En este marco, resulta fundamental tanto la vacunación como acceder a repelentes que sirvan para prevenir la picadura de vectores.
“La vacuna no solo debe ser obligatoria, sino también gratuita para que todos se la puedan colocar y no sea esto un asunto de responsabilidades individuales, porque sabemos que hay colectivos de personas que no asumen esa responsabilidad”, opina Atienza. Y remata: “Cuando las enfermedades se vuelven endémicas, presentan una determinada cantidad de casos cada año. Una vez que ello sucede, luego nos lleva entre cinco y diez años erradicarlas. Por eso, necesitamos que se tomen medidas para que no se instale la fiebre amarilla en Argentina”.
Vale la pena recordar que fue la epidemia de fiebre amarilla la que modificó, hacia 1871, la fisonomía de Buenos Aires y produjo, como resultado a partir de tantas muertes, la creación del Cementerio de la Chacarita. Se estima que 14 mil personas perdieron la vida durante aquel episodio, lo que representa nada menos que el 8 por ciento de la población del momento.