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Vemos con conceptos

Escribe para Cadena Nueve, jorge Suevus

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Cuando se da cuenta del contexto de una frase o de un hecho, es posible notar cómo surgieron esos conceptos y no otros términos para describirlo.

Al surgir el esclavismo (Imperio romano) era cool tener esclavos: paradigma esclavista.

Al surgir el feudalismo, cambió el contexto y el paradigma feudal impuso que era más cool tener siervos y esclavos.

Más tarde surgió el capitalismo y definió como cool ser empresario o empleado, pero, además, definió qué no era cool.

Esos conceptos rectores, para colmo, sedimentan como prejuicios: no es lo mismo que un empleado acuse de vago a un desocupado, a que un empresario acuse de vago a un empleado o que el empresario de un rubro acuse a los de otros rubros de vagos. Tampoco es lo mismo que quien vive en Once acuse de vago a alguien, a que el acusador sea alguien de Recoleta o Belgrano R; bingo, si el que acusa de vago a alguien vive en Nordelta: ahí somos todos interpelados (no tanto por el “inter” sino más bien por “pelados”: ¿cuántos de nosotros podemos pagar dos millones de expensas?). Hechos que reproducen y sostienen institucionalmente (como si no fuera poco) un paradigma.

No sé si lo notaron que pasé de un paradigma global a paradigmas barriales.

Ahora podemos retroceder un paso para hacer avanzar a la noción de paradigma que suele oscurecer a la noción de realidad. Porque, estimo que podrían estar de acuerdo conmigo, que los paradigmas son construidos y dirigidos por ciertas elites, necesarias (mal que nos pese -de lo contrario, viviríamos enfrentados todos contra todos): son las elites las que consiguen configurar un ordenamiento institucional, bajo el que se consigue monopolizar la violencia legítima o influir sobre ella.

Por eso la vida no se organiza con relación a la bondad: quién es más bueno o quién es más malo. Se organiza en torno a intereses y los intereses se sostienen con poder de fuego (monopolio de la violencia): vía que posibilita la política (continuación de la guerra por otros medios).

Porque, además, controlan (las elites) los recursos económicos clave (esclavos los primeros, tierras los segundos, capital los terceros); y producir y difundir marcos ideológicos que legitimen el sistema: con acceso privilegiado a redes de poder (parentesco, clientelismo, matriculaciones -escolaridad o de grado-, corporaciones).

Ahora sí estamos en condiciones de avanzar: la revolución industrial inglesa fue una revolución de los costos, gracias a la mecanización obtenida a través del uso de energía térmica produciendo vapor. La segunda revolución fue también una revolución de los costos: Ford, logró bajar de 90 a 16 horas la producción de autos; para cuando “despertaron” sus competidores, el mundo estaba repleto de vehículos norteamericanos.

Bien, en este punto es necesario tomar nota de lo siguiente: estamos atravesando la tercera revolución de los costos. Por primera vez (desde 2010), Estados Unidos no necesita hacerse del petróleo de otros países generándoles guerras o problemas para asegurarse la fuente energética. Solo les hacía falta (desde los anuncios de George Bush hijo, en 2002) que llegara un cuadro político formado en su vida para ser presidente. Comenzó Trump (representa a la elite industrialista norteamericana, además de representar al Partido Republicano) en 2017 a gestionar el nuevo paradigma: nacionalista.

Biden, representante de los bancos y último exponente del paradigma anterior (globalismo), borró con el codo lo que Trump había escrito con la mano. Por eso creó la guerra de Ucrania, Biden.

Pero, el mundo había cambiado para siempre.

Ahora, avanza el nacionalismo a toda velocidad, sobre todo luego de la publicación de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (sugiero leerla y estudiarla, del 18 de diciembre de 2025).

Como es un nacionalismo americano (no el nacionalismo europeo que odia al distinto), es un nacionalismo industrial: porque revolucionaron los costos con energía abundante y barata (para ellos y para llenar de sus productos a América -desde el polo norte al polo sur).

Ahora se mueven creando el contexto: Alianza de orden uno con Putin, porque es potencia política y tecnológica pero no es potencia militar (aunque cuenta con la ciencia más actualizada de la humanidad, porque el pueblo ruso estudia para hacer crecer a la nación rusa -no para beneficiarse sus profesionales y científicos “siendo alguien” como en nuestro país).

Además, para agilizar la marcha del contexto, necesita lo contrario que el globalismo: que no haya guerras.

Como el globalismo necesitaba gente que no trabajara para que el dinero se reprodujera a la velocidad de los Pentium, el desempleo y las guerras les resultaba central (por eso discutían la Agenda 2030 -ambientalismo, feminismo, wokismo).

Pero, al nacionalismo americano, las guerras le encarecen la logística de los intercambios comerciales. Por eso Trump desactivó 15 guerras y en estos días define la finalización de la guerra de Ucrania (no porque pretenda ser la “Madre Teresa” de Calcuta).

¿Se entiende?

En Alaska definieron Trump y Putin qué instituciones sostendrán el paradigma actual: nada de multilateralismo sino comercio entre naciones; por eso Trump es el mejor vendedor de productos norteamericanos (a Arabia le vendió proyectos de Boeing por 90 mil millones de dólares que generan 130 mil puestos directos y prevé 1 millón de puestos indirectos); porque se viene una época en la que los presidentes venden, cara a cara, los productos de su país a otras naciones.

Es decir, el paradigma nacionalista disputa qué pueblo trabaja (el globalista, qué pueblo vivía del trabajo y el hambre de otros pueblos a través de los préstamos).

También, a diferencia del globalismo que privilegiaba la cadena larga de valor (porque en el fondo, los bancos, son empresas de logística), el nacionalismo incipiente privilegia la cadena corta de valor. Es decir, nuestro mayor mercado serán nuestros países hermanos, Latinoamérica y, a veces, Estados Unidos.

Todos, bajo un proteccionismo inteligente. Por eso nuestro cereal dejará de tener como destino China u otros países.

Entonces ¿para qué una nota tan larga?

Para hacer notar que los conceptos, que guían desde nuestros prejuicios, poco tienen que ver con nuestras decisiones.

Además, para hacer notar que no solo vienen tiempos de amor y paz: vienen tiempos solidarios, de máxima solidaridad entre los habitantes de cada Nación y entre naciones.

Sí tenemos que dormir con un ojo abierto porque, Kast y Milei son globalistas y necesitan, por sus fracasos, demorar el avance del nacionalismo industrialista generando una guerra entre pueblos vecinos.

Sin embargo, la suerte está echada… y los vientos son de amor y paz para todos los pueblos del mundo.

Por primera vez en la historia de la humanidad.

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