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El Presidente y la Ultraderecha

Escribe para Cadena Nueve, Justo J. Watson

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Sabemos que el periodismo de opinión afín al círculo rojo políticamente informado (¿5 % de los argentinos?), si bien útil en la formación de elites a largo plazo, no cambia los resultados de una elección general con sus pareceres.

El 95 % de electores que no los escucha ni lee, vota mayormente apoyado en emociones viscerales (sobre todo amor/odio) y en menor medida en sus valores, que no suelen ser los mismos que los de dicho círculo.

Hablamos de profesionales de años, despechados por el surgimiento de un marginal de la política como J. Milei y renuentes o bien refractarios a una ideología compleja (la libertaria anarcocapitalista), “nueva”, que no han estudiado, que casi no conocen y por tanto comprenden sólo muy superficialmente. Hoy, creen haber encontrado un talón de ataque en la acción visible de algunos partidos de ultraderecha del resto del mundo, por cierto xenófobos y proteccionistas, situándolos en un paralelo con lo que aquí dice y hace La Libertad Avanza.

Mas como suele suceder en tiempos de cambios un tanto vertiginosos la verdad pasa, poco advertida, por otra parte.

Coloquialmente, entendemos al vocablo político “izquierda” (o ultraizquierda) como el arco ideológico que va del socialismo al comunismo, asumiendo que estas ideas sólo pueden funcionar en la práctica -para el total de una sociedad- mediando fuerza; es decir, sustentando un Estado policial que obligue mediante la violencia o la amenaza de su uso (extorsión) a respetar sus reglas y a financiar sus operaciones de ingeniería social.

El término “derecha” (o ultraderecha), por su parte, remite al mismo Estado policial extorsivo pero matizado con dosis más o menos permisivas de capitalismo económico y libertades cívicas.

Todo dentro de un mismo sistema (estadocéntrico) basado en el monopolio burocratizado de legislación, justicia y fuerza públicas bajo constitución escrita. Sistema hoy aplicado por las sociedades menos incivilizadas y que remonta su invención a unos 250 años atrás, cuando la experiencia independista de miles de unidades libres debió clausurar (por la fuerza de las armas, claro) su promisorio derrotero para terminar concentrándose a nivel mundial en los escasos 197 Estados nacionales existentes.

El que este modelo de gobernanza, sobre todo en los casos de regímenes de derecha, sea el que rige en las naciones relativamente más avanzadas no implica que sea lo mejor.

Bajo la óptica libertaria de J. Milei, el autoritarismo implícito en todo lo obligatorio y extorsivo (vale decir, en todo lo no-contractual voluntario) descalifica al dirigismo estatista tanto desde lo ético como desde lo moral.

De ahí su dura definición del Estado argentino como “organización criminal”, por más que sea él mismo quien encabece hoy el ingenio que lo conforma.

Lo cierto es que somos la única sociedad del globo cuya cúpula política tiene como norte, más allá de todas las etapas intermedias que la realidad imponga, un modelo de largo y muy largo plazo donde los impuestos (coercitivos) disminuyan hasta su desaparición y con ellos el Estado (monopólico) tal como lo conocemos.

Es claro; ya lo dijo el filósofo L. Séneca, contemporáneo de Cristo: nunca hay vientos favorables para quien no sabe adónde va.

No hay hoy otro país cuyo puerto de destino (aunque nunca se llegue a alcanzar) sea la abolición de toda coacción sobre personas y familias y la elevación a acto de la sacralidad de su libre albedrío, como vía de liberación al inmenso poder creativo de la acción humana en libre competencia.

Este ruido de rotas cadenas viene en el modelo libertario, desde luego, acompañado de la correspondiente e ineludible cuota de responsabilidad personal sobre las propias, libres, decisiones. Algo que sin duda deberemos internalizar a su tiempo como parte de una civilidad más avanzada.

Como todo anarcocapitalista, Javier Milei sabe que los seres humanos no nacimos para ser forzados y que incluso los más recalcitrantes amigos del trabajo ajeno (hoy, los peronistas y otros izquierdistas) tendrán en última instancia el derecho final a secesionarse, convergiendo en redes comunales donde la “solidaridad forzosa” (oxímoron si los hay) junto con otros dislates contraproducentes tengan aplicación plena… bajo condición contractual voluntaria.

En la actual etapa de nuestro proceso evolutivo vemos a gobernantes como Trump, Bukele, Orban, Netanyahu o Meloni y a opositores como Le Pen, Abascal, Kast, Farage o Bolsonaro alinearse en la ultraderecha clásica, objeto del análisis crítico de nuestros intelectuales; sobre todo los de origen juvenil (emocional) de izquierda. Un marco en el que nuestro presidente no entra ya que él es libertario lo cual, como deberían saber, conforma un ítem regido por otros códigos; más avanzados; de nueva generación.

Nada de lo cual obsta para que, por conveniencia, se acerque a ellos con el fin de apalancar a nuestra Argentina en las ventajas (comerciales, culturales, diplomáticas, militares, de inteligencia, etc.) que pudieran conseguirse.

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