La provincia de Buenos Ayres sigue atrapada en un esquema territorial e institucional diseñado para un país distinto al actual. El centralismo del conurbano, la fragmentación municipal, la informalidad económica y la desconexión entre regiones productivas han convertido a la provincia en un gigante inmenso pero desordenado, incapaz de proyectar su potencial en clave federal y regional.
En este contexto, pensar en una nueva capital política y productiva no es una utopía, sino una necesidad histórica. Y esa capital no puede ser otra que Junín, ciudad que, por ubicación, infraestructura y proyección, reúne las condiciones para convertirse en el nodo geoestratégico de la nueva Buenos Ayres, la productiva.
Junín se localiza en el noroeste bonaerense, en un punto de bisagra entre Buenos Ayres, Rosario y Córdoba. Ese triángulo concentra la mayor densidad productiva del país: agroindustria, maquinaria agrícola, biotecnología aplicada a los alimentos, energía y logística de exportación. Junín no es simplemente una ciudad intermedia: es un nodo articulador entre las tres provincias más dinámicas de la región núcleo. Desde allí puede proyectarse un centro de gravedad alternativo al Área Metropolitana, reequilibrando el peso político e institucional hacia el interior bonaerense.
Pero su importancia excede lo bonaerense. Pensada en clave geopolítica, Junín es una ciudad bioceánica. A través de sus conexiones ferroviarias y viales, puede articular corredores hacia Chile y el Pacífico, y al mismo tiempo integrarse a las rutas hacia el Atlántico y las vías navegables del Paraná-Paraguay. Este doble acceso la coloca como punto de enlace entre los dos océanos, condición imprescindible en un mundo donde los corredores logísticos definen soberanía y competitividad.
Además, Junín puede ser el puente natural hacia la Patagonia. La región austral argentina necesita un polo organizador del Norte que articule sus recursos energéticos, pesqueros y mineros con las cadenas productivas pampeanas. Desde Junín, esa conexión puede establecerse de manera equilibrada, asegurando que la Patagonia no se convierta en un territorio aislado o simplemente extractivo, sino en una región integrada a la economía nacional con valor agregado y planificación de largo plazo.
La proyección internacional fortalecerá el rol de Junín. Ubicada en el corazón de la región núcleo, y siendo la sede política de una Buenos Ayres que dialogue de igual a igual con Córdoba y Santa Fe, configurará un bloque productivo con escala sudamericana. Ese bloque, a su vez, podrá constituirse en la plataforma más sólida de inserción estratégica en el MERCOSUR. Junín sería, en ese sentido, un nodo de coordinación regional y un espacio de negociación política de cara a Brasil, Uruguay y Paraguay, superando el encierro metropolitano que hoy limita la mirada bonaerense.
Convertir a Junín en la nueva capital bonaerense no se trata de un traslado de instituciones y burocracias. Es una apuesta a una refundación institucional, que reconozca la centralidad productiva de la provincia y su rol en el desarrollo federal argentino. La capitalidad en Junín permitiría que las decisiones políticas se tomen en un espacio rodeado por los campos, las industrias, los corredores logísticos y los pueblos que sostienen la verdadera riqueza provincial. Allí donde se genera el capital genuino, debe radicarse también el poder político.
La Buenos Ayres que viene no puede seguir girando en torno a un conurbano saturado y dependiente. Requiere pensar en clave productiva, bioceánica y sudamericana. Y en ese mapa del futuro, Junín emerge como la capital natural de una provincia que aspira a dejar de ser administrada para comenzar a desarrollarse.
Luis Gotte
Son apreciaciones, también 9 de Julio lo podría ser y está más al centro de la provincia, lo cual es más justo para los bonaerenses.