Por estos días, la calle volvió a hablar con fuerza. No sólo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires: también en Tucumán y en otros puntos del país, los cacerolazos de la noche del viernes y la madrugada de este sábado 13 dejaron en claro un hartazgo que no necesita traductores ni portavoces. Las familias, los trabajadores, los estudiantes, los médicos, los jubilados… todos salen a manifestar necesidades reales, mientras del otro lado sólo hay un gobierno encerrado en sí mismo, cada vez más desconectado de la realidad concreta.
El reclamo es claro: salud pública en crisis, sueldos que no alcanzan, profesionales que migran, y un desfinanciamiento sistemático del sistema que sostiene vidas y servicios. Estudiantes de medicina sin prácticas, hospitales que se caen a pedazos, médicos y trabajadores sanitarios en condiciones indignas. Esto no es una bandera partidaria: es supervivencia. Es sentido común. Y es una emergencia nacional.
Se suma el campo, ahogado por las lluvias, con distritos bajo el agua y productores que piden ayuda concreta al Gobierno Nacional. Los municipios están desbordados, con crisis financieras agudas, mientras la producción cae, las pérdidas actuales se agravan y las futuras, para fin de año y 2026, ya asoman en el horizonte. Se agrava con las rutas que unen al país, la produccion, el trabajo, las familias y el turismo, intransitables.
Pero frente a todo esto, la respuesta oficial oscila entre el desprecio y la indiferencia. El poder no escucha.
O peor aún: se burla, minimiza, niega. No escucha al pueblo a través de sus representantes.
Desoye al Congreso de la Nación, se inmiscuye en su funcionamiento, e ignora la división de poderes. Mientras tanto, busca consuelo en una Justicia que parecía haber iniciado un camino de reivindicación institucional con fallos significativos, aplicando el Derecho en lugar del interés político. Pero la balanza vuelve a inclinarse, una vez más, hace silencio desde sus Fiscales, en perjuicio de los intereses de la Nación.
El gobierno se comporta como si las movilizaciones masivas, las protestas en las canchas, las calles repletas y los cánticos desesperados fueran un capricho, una molestia para su hoja de ruta ideológica.
Lo que no entienden —o no quieren entender— es que esto ya no tiene retorno.
La fractura entre la ciudadanía que sufre y el poder que desprecia es total.
En un gesto de creatividad dolorosa pero poderosa, en estadios, plazas y redes, miles resignifican una canción símbolo del pueblo cubano de José Fernández Díaz como “Guantanamera” que popularizaran Barbara y Dick , transformándola en “Alta Coimera”. La ironía es brutal: donde antes había poesía y esperanza, hoy hay denuncia. La letra cambia, pero el espíritu de resistencia se mantiene intacto. Las voces resaltando a Karina reinterpretando ese himno como grito popular refleja una verdad incómoda: estamos gobernados por una lógica perversa, alejada de toda empatía. Una conducta que muchos ya no dudan en calificar como psicopática.
¿Dónde quedó la política? ¿Dónde quedó el deber de cuidar, de gobernar para todos, incluso para quienes no te votaron? El modelo actual parece apostar a una sociedad partida, resignada o disciplinada por el miedo. Pero en las calles, lo que crece no es el miedo, sino la bronca y la dignidad.
La “Alta Coimera” ya no es sólo una canción irónica. Es un espejo. Uno en el que el poder no quiere mirarse. Pero el pueblo ya decidió cantar, marchar, cacerolear y resistir.
Porque cuando la necesidad es real, el silencio no es una opción.
Y cuando el desprecio es sistemático, la respuesta también lo es. Y lo será.
Una grieta cada vez más profunda se reflejó, hace apenas siete días, en la provincia de Buenos Aires. En lugar de evaluar gestiones locales, la elección se polarizó entre apoyo o rechazo al gobierno nacional, desplazando incluso a intendencias con administraciones bien valoradas, que quedaron tapadas por esta división.
La crisis social y política es cada vez más aguda. Y para empezar a recomponer el tejido roto de una nación fragmentada, no se necesita más ajuste, ni más desprecio. Se necesita algo elemental y urgente: obras, hechos y empatía.
Para Cadena Nueve, Gustavo Tinetti