En épocas de elecciones, cuando la atención pública se vuelca hacia los discursos, promesas y polémicas de quienes aspiran a ocupar una banca legislativa, es más urgente que nunca aplicar un antiguo principio filosófico que parece olvidado: el Triple Filtro de Sócrates.
Esta herramienta, atribuida al sabio griego y aún vigente más de dos mil años después, nos invita a preguntarnos tres cosas antes de hablar, actuar o, por qué no, votar:
¿Es verdadero?
¿Es bueno?
¿Es útil?
1. ¿Es verdadero lo que nos dicen los candidatos?
En tiempos de redes sociales, noticias virales y debates cargados de frases armadas, la verdad suele ser la primera víctima. No todo lo que brilla en un eslogan o en un spot televisivo es oro. Muchas propuestas suenan bien, pero son técnicamente inviables o deliberadamente engañosas.
Al aplicar el primer filtro, nos obligamos como ciudadanos a verificar: a contrastar información, a no quedarnos con lo primero que leemos o escuchamos. Un legislador que miente para llegar, mentirá para quedarse.
2. ¿Es buena la intención detrás del discurso?
Aquí no se trata de idealizar la política, pero sí de exigir humanidad. La bondad no es debilidad: es coherencia con valores democráticos, con el respeto al otro, con el deseo genuino de mejorar la vida de las personas.
Cuando un candidato basa su campaña en el odio, el miedo o la división, difícilmente esa actitud se traduzca en leyes que unan, construyan y respeten derechos. ¿Promete eliminar al “enemigo”, o mejorar la calidad de vida de todos?
3. ¿Nos es útil lo que proponen?
Muchas promesas se diluyen en la abstracción. Nos dicen lo que queremos escuchar, pero no cómo ni para qué lo harán. El tercer filtro socrático nos ayuda a diferenciar lo atractivo de lo realmente necesario.
No todo lo que emociona es útil. No toda propuesta es aplicable. ¿Será útil para mejorar la educación, la salud, el trabajo, la justicia? ¿O solo sirve para ganar votos y alimentar egos?
Elegir con conciencia, no por costumbre
El chisme y la mentira —que Sócrates desaconsejaba tajantemente— se han vuelto moneda corriente en la política. Pero no deberíamos normalizarlo. Porque lo que está en juego no es un juego: son nuestros derechos, nuestro bienestar colectivo y el rumbo del país.
Al elegir legisladores, no votamos solo personas. Votamos ideas, valores, prioridades. No es un concurso de simpatía, es un acto de responsabilidad ética.
Un llamado a la acción
¿Y si este año, en vez de elegir por tradición, por bronca o por moda, elegimos con filtros? Que nuestro voto pase por la verdad, la bondad y la utilidad. Que no avalemos con nuestro silencio, ni con nuestra indiferencia, la propagación de la mentira ni el uso político del resentimiento.
Tal vez así logremos no solo una mejor representación, sino una mejor convivencia ciudadana. Como decía Sócrates, si algo no es cierto, ni bueno, ni útil… ¿para qué elegirlo?