Eran cerca de las 14 horas del martes 18 de octubre de 1977 cuando una densa columna de humo comenzó a elevarse por detrás del edificio de la Legislatura provincial. Desde las ventanas de la Casa de Gobierno, observé el fuego. “Se incendia la Legislatura”, fue la primera suposición y el resto de los periodistas comenzaron a mirar la misma columna de humo. Pero no: el siniestro provenía del Teatro Argentino, ubicado en la manzana comprendida entre las avenidas 51 y 53, y las calles 9 y 10.
Lo que siguió fue una escena de caos y desolación. Una dotación de bomberos acudió de inmediato, pero poco pudieron hacer ante la rapidez del fuego, que se inició —según las pericias— en la zona de los telones debido a un cortocircuito, y rapidamente llegaron más dotaciones. En cuestión de minutos, las llamas tomaron el edificio casi en su totalidad, reduciendo a escombros el escenario, las salas de ensayo y los talleres. El techo colapsó, y con él, una parte fundamental del patrimonio cultural argentino.
Una pérdida irreparable
El fuego arrasó con los tres subsuelos del teatro y provocó la pérdida de miles de objetos artísticos e históricos. Entre ellos, más de 30.000 partituras —algunas de más de 70 años—, catorce pianos (en su mayoría alemanes), instrumentos de cuerdas como dos arpas también alemanas y cinco timbales Premier, considerados los mejores del país. Todo el instrumental de la orquesta estable quedó reducido a cenizas.
“Recuerdo que entré a la sala y no podía respirar por el humo. Un bombero me gritó que me agachara, que así iba a estar mejor. Corrí entre fuego, humo y gritos. Fue una imagen que no se me borró más”, entonces joven estudiante de Derecho y Periodismo en La Plata, que llegó al lugar cuando todavía trabajaban los equipos de emergencia.
Las imágenes tomadas durante ese día muestran a bomberos trepando escaleras, ingresando por ventanas, combatiendo las llamas que emergían del corazón del edificio. La fachada, imponente, comenzaba a ceder, y el techo colapsó finalmente ante la mirada impotente de vecinos, artistas y trabajadores.
Un templo de la cultura
Inaugurado en 1890 con la ópera Otello de Verdi, el Teatro Argentino fue durante décadas uno de los principales escenarios de ópera y ballet del continente. Por su sala pasaron figuras de la talla de Ana Pavlova y María Guerrero, y albergó compañías estables como su orquesta, coro y cuerpo de ballet.
Tras largos años de abandono y litigios fiscales, el Estado provincial lo había recuperado en 1937, restaurándolo y transformándolo en un centro de producción cultural integral. Su estilo renacentista lo hacía único, tanto por su valor arquitectónico como por su historia.
De la ceniza al brutalismo
Tras el incendio, el gobierno militar resolvió demoler lo que quedaba del edificio, pese a los reclamos nacionales e internacionales por su restauración. En 1980 comenzaron las obras del actual complejo cultural de estilo brutalista que hoy ocupa la manzana. La reconstrucción se extendió por casi dos décadas, con múltiples interrupciones, y recién el 13 de octubre de 1999 volvió a abrir sus puertas, aunque ya nada era igual.
La tragedia del Teatro Argentino no fue solo la pérdida de un edificio. Fue la desaparición física de una parte de la identidad cultural argentina, un vacío que ni la modernidad ni la arquitectura contemporánea pudieron llenar del todo.
Gustavo Tinetti