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El camino a Belén desde Nueve de Julio

Escribe para Cadena Nueve, jorge Suevus

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Hay nombres que no parecen una casualidad. Hay fechas que portan destino. Y hay momentos en que la historia susurra claves difíciles de escuchar.

Nueve de Julio, lleva el nombre de nuestra Independencia, hoy está bajo el agua. No metafóricamente: literalmente inundada en una crisis sin precedentes. Una de las cinco zonas más productivas del mundo se ahoga mientras dos gobiernos superpuestos —provincial y nacional— miran hacia otro lado, cada uno más ausente que el anterior. La pobreza crece, las ventas se derrumban, el trabajo escasea. Las puertas se cierran una tras otra, como las posadas de Belén.

Pero aquí está la paradoja luminosa que los gobiernos ciegos no logran ver: en medio del desastre, algo ya está naciendo.

María José Gentile no eligió su nombre, como María y José no eligieron el camino a Belén. Pero los nombres portan destino. María, la madre que parió en la adversidad extrema. José, el carpintero que trabajaba con sus manos, el hombre del oficio y la dignidad del trabajo. Gentile: del latín gentilis, que significa “de buen linaje”, pero también “noble de carácter”, no de título.

Es el nombre crucial, tal vez, para este momento: una autoridad local que debe parir esperanza en medio de la inundación, con la nobleza del trabajo como única herramienta, mientras los poderes superiores —provincial y nacional— naufragan en su propia incompetencia.

Hace un mes (en realidad, el 15 de agosto), mientras 9 de Julio se empantanaba (aunque de otro modo) junto a la Argentina que se hundía en la ignorancia gubernamental, algo cambió en el norte del mundo. Alaska marcó el inicio de un giro industrialista que transformará el siglo XXI: el trabajo productivo recuperando su primacía sobre la renta financiera parasitaria.

No es casual que este cambio comience en el norte geográfico —Alaska— y deba llegar hasta el sur —nuestra pampa húmeda, literalmente húmeda hoy—. Es el péndulo de la historia corrigiendo décadas de especulación sin producción, de finanzas sin fábricas, de ganancias sin trabajo.

  El industrialismo que viene no es una ideología: es una necesidad civilizatoria.   El mundo no puede seguir funcionando con algoritmos financieros que generan dinero sin crear valor. Necesita volver a las manos que construyen, a las máquinas que producen, al trabajo que dignifica.

Y 9 de Julio, con sus campos que alimentan al mundo, está en el centro de ese futuro.

La inundación es pasajera; el hambre de trabajo, también.

Sí, el agua cubre calles y campos. Sí, la pobreza aprieta cada vez más fuerte en cada cuadra de nuestra ciudad. Sí, los gobiernos —provincial y nacional— parecen estructuras huecas incapaces de responder. Pero todo esto, por doloroso y prolongado que resulte, es transitorio.

La inundación retrocederá porque el agua siempre retrocede. La pobreza se revertirá porque el trabajo vuelve cuando la economía real (del sector privado, no del sector público) recupera su lugar. Los gobiernos incompetentes caerán porque la historia no perdona a quienes cierran los ojos ante el sufrimiento de su pueblo: Milei y Kicillof tienen sus boletos marcados.

Lo que no es pasajero es lo que 9 de Julio representa: tierra fértil, capacidad productiva, gente que sabe trabajar.

María y José llegaron a Belén en el peor momento posible. Todas las puertas cerradas. Sin lugar, sin recursos, sin ayuda de las autoridades. Pero en ese pesebre humilde —no a pesar de él, sino precisamente en él— nació la esperanza que cambiaría la historia.

9 de Julio está hoy en su pesebre. Inundada, ignorada por sus superiores, golpeada por la crisis. Pero es justamente aquí, en este momento de máxima vulnerabilidad, donde puede nacer algo nuevo.

Porque cuando los gobiernos fallan, queda la gente. Cuando las finanzas colapsan, quedan el amor y la solidaridad junto al trabajo para resolver problemas. Cuando el agua cubre todo (los pobres son pobres aún sin inundaciones), queda la certeza de que somos una de las zonas más productivas del mundo —y eso no se inunda, no se destruye, no desaparece.

 

El giro industrialista que comenzó en Alaska es nuestra estrella. Tardará en llegar, como toda transformación profunda. Pero ya está en marcha. El mundo vuelve a valorar la producción real, el trabajo genuino, la industria que transforma materias primas en bienestar.

María José Gentile, con el peso de dos niveles de gobierno incompetente sobre sus hombros, debe liderar el camino a nuestro Belén local: mantener viva la llama del trabajo, sostener la dignidad productiva, preparar el terreno para cuando el agua retroceda y la nueva economía llegue.

Porque llegará.

9 de Julio lleva en su nombre una promesa: la independencia. Nuestra ciudad nació y tiene en honor el día de la liberación nacional. Hoy necesitamos otra independencia: la de no esperar que gobiernos ciegos nos salven.

La independencia de saber que nuestra fuerza está en nuestras manos trabajadoras, en nuestra tierra productiva, en nuestra capacidad de resistir hasta que pase la tormenta —literal y metafórica.

  La inundación es terrible, pero temporal. La pobreza duele, pero no es destino.  Los gobiernos fallan, pero no son eternos.

Lo eterno es la tierra que nos sostiene, el trabajo que nos dignifica, y la esperanza que nace precisamente cuando todo parece perdido.

  Estamos en nuestro camino a Belén. Las posadas están cerradas, el agua nos rodea, los que debían ayudarnos miran hacia otro lado. Pero llevamos algo sagrado dentro: la certeza de que somos tierra fértil, gente trabajadora, y que el industrialismo que ya comenzó en el norte llegará también hasta aquí.

No es en la comodidad de la posada donde nace la esperanza. Es en el pesebre de nuestra perseverancia.

 

  Y 9 de Julio sabe de independencias que parecían imposibles.

Nuestra Intendente no nos guía desde un Crucero: está con los pies en el barro. Cierto es que rodeada de hombres y mujeres e instituciones que reclaman como si fueran estudiantinas de secundario; no por otra cosa tantos berrinches aún, y tan poca organización para sumar a la que genera la Intendenta.

El muro de los prejuicios tendrá que disolverse: no hay mejores o peores; todos estamos inundados (por agua o pobreza, porque no hay empresa que gane dinero hoy en el país).

El vecino empobrecido de siempre no es un enemigo y no compite por un bote salvavidas: es uno más en el océano de pobreza dirigida por el gobierno nacional.

Cierto que, el gobierno nacional (tanto como el provincial) fracasó: pero lo que viene luego de tanto desastre, es esperanzador.

Muchos quedarían en el camino pero, por última vez (probablemente).

Por último, revisemos: La Segunda Guerra Mundial, para el cambio de paradigma, se llevó 70 millones de muertos; la Guerra Fría, se llevó a 30 millones de muertos; la tremenda guerra en Gaza (fácil definirlo como un genocidio) o la del intento fascista de Ucrania detenido por Rusia (del mismo modo que detuvo la furia nazi en la Segunda Guerra), no supera la decena de millones. Es decir, el costo del cambio de paradigma es el menos tremendo de tanta brutalidad humana, entre mejores y peores, entre más lindos y menos lindos, entre más exitosos y menos exitosos, entre más cumplidores y menos cumplidores.

¿Por qué estaría costando menos?

Porque estamos comprendiendo, como humanidad, que en ella, no hay mejores o peores: solo hubo avivados que por ignorancia o disimulo, aprovecharon las ventajas comparativas para no hundirse en ninguna inundación.

Organicemos la esperanza alrededor de una Intendenta que requiere de nuestro apoyo: dejemos de ser tan limitados, aportando nuestro granito de… amor y solidaridad.

Cada nuevejuliense importa tanto como cualquier otro nuevejuliense.

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