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Sobre el Anarcocapitalismo

Escribe para Cadena Nueve, Justo J. Watson

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Quienes se definen como libertarios anarcocapitalistas asumen que el camino intelectual transitado (casi siempre largo) los llevó a recalar en una ideología que está… a la derecha de la ultraderecha. Consideran lícito por tanto afirmar que a su derecha está, finalmente, la pared.

Hablamos de una secuencia que, en general, se hizo partiendo desde posiciones conceptuales afines al ideario socialista -al menos en parte- y a la aceptación tácita del autoritarismo de Estados burocráticos multifunción entendidos, para empezar, como portadores de un monopolio territorial más o menos dado (nacionalismos).

En realidad, la referencia sirve de poco ya que entre la ultraderecha (de raigambre claramente estatal nacionalista) y el libertarismo que se encuentra “a su derecha”, media un abismo. Abismo que se entiende como el pase a otro sistema; a otras reglas-base; a otro nivel de comprensión de lo que nos rodea. A otra categoría que, de pronto, deja obsoleto lo anterior; como quien se deshace de un Ford T de 1925 para pasar a conducir un Tesla model X de 2025.

La evolución intelectual que implica llegar a lo libertario supone en principio la aceptación del hecho -hoy duramente empírico- de la superioridad del capitalismo sobre todo otro sistema económico conocido, en la generación de riqueza e independencia personal de los ciudadanos de la sociedad que lo adopta. Y como la libertad sin dinero es (en lo material) inútil es que la idea libertaria, siempre pro libertad y pro no-violencia, confluye de modo natural con la idea capitalista en un solo cuerpo conceptual.

La anarquía (del griego, an = sin; arkhé = poder o mandato) del anarcocapitalismo refiere, por su parte, a una futura sociedad sin Estado; no sin ley ni orden. A una lejos del caos de la guerra distributiva semi mafiosa que impera hoy bajo nuestro sistema, tan primitivo; tan injusto, caro y violento.

A pesar de conocerse desde antaño sus ventajas, el capitalismo fue largamente resistido. En lo medular, por la innata adhesión humana al pecado de envidia y por su tendencia al resentimiento producto de la propia molicie e incapacidad, al ver a algunos progresar y diferenciarse más rápido que otros. Todo ello bendecido por coartadas falsamente morales (políticamente correctas, diríamos hoy) sobre las supuestas bondades de la igualdad económica.

Sobre este caballo montó, veloz, una masa de burócratas cuyo peso creció sin pausa tras la aparente necesidad de un Estado que pusiese coto a tales diferencias.

Una muy efectiva patraña (ya lleva dos siglos y medio de “éxitos”, al menos), útil para ocultar a la mayoría menos avispada la evidencia de que la desigualdad (algo también innato al ser humano) es precisamente el mayor motor (vía ambición, emulación y oferta ocupacional derivada) del progreso comunitario si se respeta un entorno de libre competencia, propiedad asegurada y baja imposición. A su par aumentan la solidaridad (voluntaria, desde luego) y las oportunidades de elevación económica y sociocultural promedio (es decir, más clase media, menos extremos).

Hasta ahí la evidencia actual observable en hechos, de las sociedades que se permiten una mayor dosis relativa de libertades capitalistas.

Lo cierto es que, aún en los pocos emplazamientos en los que esto en verdad se aplica y funciona (Irlanda o Singapur, con sus bemoles, por caso), los libertarios ven lo que para la mayoría aún está velado: que el sistema opera “a un cuarto de máquina”. Las libertades individuales de acción para la gente del llano aplican, pero bajo un rosario de cortapisas (el usual cúmulo de impuestos, mafiosidades y regulaciones igualitaristas) que, justificando el gran costo de la “clase controlante” y la existencia de su Estado, mantienen un duro freno de mano sobre el despegue potencial de sus sociedades.

Y con mayor fuerza en el resto de naciones con regímenes menos liberales, claro. Prolongando hasta la exasperación las pobrezas, indigencias y períodos vitales de carencia en todos los ítems del bienestar comunitario. Además de fomentar la desesperanza, con un efecto en cascada multiplicador-negativo no menor.

“Democracy: The God That Failed”, a estar con el título del revelador libro del filósofo libertario Hans H. Hoppe.

Porque, en verdad, son cada vez menos los crédulos en aquello del autogobierno de la gente bajo una republicana (honesta, frugal) y representativa (¿en serio?) división de poderes, siendo que el resultado ha sido y es… tan distinto.

El experimento argentino que con especial interés observa hoy la elite de la intelligentsia política del mundo, hace punta en orientar a una nación de alto potencial pero económicamente caída, institucionalmente fallida y profundamente dividida (la nuestra) por un camino que, desde hace unos 1300 años, nadie intenta transitar: el que apunta al norte de lograr una sociedad sin Estado.

A quien interese la referencia histórica, puede profundizar en lo sucedido durante casi mil años con el isleño pueblo de Irlanda entre el 700 y el 1700 de nuestra era, que llegó a ser una de las sociedades más avanzadas de su tiempo sino la más… sin Estado. Experiencia que terminó tras la brutal invasión inglesa ocurrida a instancias del regente estatista Oliver Cromwell.

En verdad no importa qué tan lejana pueda ser hoy esa tierra prometida ya que si resulta cierto el Postulado de la Tendencia (y lo es), los beneficios incrementales de la libertad se irán sintiendo en la línea del tiempo a medida que se alineen más y más los factores que determinan el cambio; empezando por el cultural, que es el que abre los ojos. De ahí la “batalla cultural”, a la que tanta importancia asigna el presidente J. Milei.

Como bien expuso recientemente el perspicaz autor, abogado y economista A. Ades, la situación que el gobierno de La Libertad Avanza heredó hace menos de 2 años implicó asumir que el reformismo clásico, como el intentado por M. Macri, fracasó al pasar por alto que el sistema político (un ingenio diseñado para perpetuarse) metaboliza tanto cambios “de fondo” como reformas que, tras negociarse, se diluyen hasta volverse inofensivas o incluso hasta revertirse.

Así, Milei apuesta hoy no a convencer para reformar sino a reformar para convencer, desarticulando frenos y rémoras al efecto de producir beneficios tangibles (y rápidos) para hacer del cambio algo políticamente irreversible.

La lógica digital sobre la que se apoya es eficaz, ya que propicia medios que premian la exageración, el conflicto y la emocionalidad. Movilizadores y confrontativos en lugar de deliberativos, favoreciendo la conformación de un núcleo ideológico duro capaz de enfrentar con decisión a las 3 oligarquías simbióticas que nos hunden (empresarios cortesanos, sindicalistas mafiosos y políticos protectores), vulgarmente conocidas como “la casta”.

Bajo esta óptica, las redes sociales han sido un campo de batalla y el insulto, una herramienta de poder a tono con un pueblo harto de mentiras, corrupción y decadencia que percibe que la inercia histórica del presente desastre no se quebrará con buenos modales ni sin polarización.

Parte de la estrategia, entonces, es exponer a instituciones estatales en gran medida corrompidas y fallidas, como el congreso y la justicia, en el lugar visible de “escollo a superar”, tensionándolas al máximo (algo que, por otra parte, siempre ha sido una expertise justicialista) aunque, eso sí, respetando “in extremis” la letra de sus formas.

El resultado final esperado es el de romper las inercias tóxicas sin quebrar las reglas para convertir, finalmente, al cambio en norma. Y el objetivo mediato, el de seguir integrando -bajo estos supuestos- reformas al sistema hasta el punto en que la confrontación deje de ser necesaria.

Una apuesta polémica, sin duda; dura y disruptiva cuyo desenlace es aún de final abierto.

Como disruptivo para el confort ideológico adquirido es el credo libertario anarcocapitalista que la subyace; en particular si se apoya, como es el caso, en un capitalismo modelo siglo XXI, de rostro humano. Con eficiencia dinámica en lo productivo, respeto cerval a la propiedad en lo jurídico y responsabilidad social empresaria en competencia integrada a la administración comunitaria.

Ideas vibrantes, en línea con lo mejor que puede ofrecer la esperanza humana.

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