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Por un desafío para ganar dinero vivió 61 bajo tierra en un ataud pero no vió un peso

Fue en 1968, donde el irlandes, Michael Meaney que necesitaba salir de la pobresa, aceptó el reto insólito

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En 1968, el irlandés Michael Meaney se ofreció voluntariamente a permanecer más de dos meses bajo tierra dentro de una caja de madera, convencido de que saldría convertido en leyenda y con una fortuna. La hazaña lo volvió famoso por un instante, pero las promesas se desvanecieron y su historia quedó marcada por el olvido.

La ceremonia empezó una tarde de febrero de 1968: Michael Meaney descendía por voluntad propia a un ataúd reforzado, dispuesto a permanecer 61 días bajo tierra con la esperanza de emerger a la superficie convertido en una leyenda viviente.

La caja, decorada con una bandera irlandesa, la foto de su hija y un crucifijo, fue preparada con una estructura improvisada y rodeada de curiosos.

Meaney, nacido en una familia de agricultores del noroeste de Irlanda, había llegado a Londres persiguiendo el mito de que incluso un obrero sin estudios podía reinventarse. Pero tras meses de desempleo, escuchó una historia que despertó su ambición: un conocido aseguraba haber permanecido 33 días enterrado vivo por una apuesta. Meaney reaccionó con una frase que cambiaría su destino:
“Yo podría hacerlo el doble.”

La época estaba llena de desafíos excéntricos y “sepulturas voluntarias” que prometían dinero fácil y fama internacional. Aturdido por los tragos y la desesperación económica, Meaney aceptó el reto sin medir las consecuencias.
¿Estás seguro de lo que estás haciendo?, le preguntó su esposa, Ellen.
Si no lo hago yo, nadie va a venir a darnos nada, respondió él, decidido.

El encierro: dos tubos, una bombita y un balde

El ataúd apenas permitía que Meaney se recostara. Dos tubos conectaban la caja con la superficie: uno para ventilación y otro para comunicarse y recibir algo de luz. Por un pequeño orificio le pasaban comida enlatada, pan, agua y, una vez por semana, un paquete de cigarrillos. El baño era un balde.

La ceremonia de inhumación fue mitad espectáculo, mitad ritual pagano. La radio transmitía en vivo y el pub del barrio se llenaba de gente que brindaba por la hazaña del compatriota. Meaney recordaría luego:
“Cuando cerraron la tapa sentí que cruzaba un umbral. No sabía si quería volver.”

El tiempo detenido bajo tierra

La luz de una bombita débil apenas vencía la penumbra. Meaney medía las horas por el ruido exterior y las comidas, mientras la oscuridad, el encierro y el silencio empezaban a deformar su percepción. La ansiedad, la claustrofobia y las pesadillas se volvieron compañeras permanentes.

En una madrugada, un crujido en la madera lo aterrorizó. Golpeó el tubo pidiendo ayuda.
¿Estás bien, Mick? —preguntó su amigo Brendan.
Todavía respiro… pero suban la radio. El silencio me está matando.

Su miedo más profundo, confesado décadas después, no era morir allí, sino que lo olvidaran bajo tierra.

La guerra de los ataúdes

Mientras Meaney resistía en Kilburn, al otro lado del Atlántico el estadounidense “Country” Bill White intentaba superarlo. Los diarios británicos titularon la contienda como “La guerra de los ataúdes”. Meaney recibía recortes de prensa y leía su propio nombre convertido en personaje, un extraño consuelo en la oscuridad.

El regreso a la luz y la traición del olvido

Al cumplirse los 61 días, una multitud se reunió alrededor de la losa para presenciar su salida. Cuando finalmente emergió, pálido, tembloroso y casi irreconocible, murmuró:
“He vuelto del infierno.”

La imagen dio la vuelta por Irlanda y Reino Unido. Pero la gloria duró poco. El Guinness World Record nunca se concretó, las recompensas económicas jamás llegaron y los organizadores de la apuesta desaparecieron. Meaney no recibió un solo centavo.

Pocas semanas después, el récord quedó en manos de Bill White, borrando su hazaña del imaginario público. Meaney regresó a la vida obrera, con secuelas psicológicas del aislamiento y la amargura de sentirse utilizado.

Una leyenda redescubierta

Décadas más tarde, un documental rescató su historia, devolviéndole un lugar tardío en la memoria colectiva. Meaney, ya viejo, reflexionó sobre su experiencia:
“Hay cosas peores que el encierro: la promesa rota de un mundo que se olvida de ti apenas salís a la luz.”

Fuente: Infobae

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