Argentina vive una paradoja constante. Su economía se encuentra fuertemente socializada, mientras que sus ciudadanos se comportan como capitalistas. El intervencionismo del Estado se ha vuelto un hábito aceptado, tanto en gobiernos de izquierda como de derecha. En este contexto, la búsqueda de culpables externos y la división entre “amigos” y “enemigos” se consolidan como rasgos culturales. La política, más cercana al movimiento que al partido, acomoda principios según la conveniencia electoral y posterga los compromisos institucionales.
Lo señala un mensaje abierto el Centro Argentino de Ingenieros Agrónomos -CADIA-.
Sin embargo, el país reclama un grado de credibilidad sostenido por el respeto a la Constitución y a la división de poderes. Sin institucionalidad —como señala el ingeniero agrónomo Matías Aníbal Rossi en una carta publicada en La Nación— no hay posibilidad de progreso. “La democracia es entender sin estar de acuerdo, escuchar sin insultar y convencer sin imponer”, reflexiona.
Medidas económicas que alivian poco y duran menos
Tras un viernes de incertidumbre cambiaria y tensiones financieras, el Poder Ejecutivo decretó el 21 de septiembre la eliminación temporal de los derechos de exportación a los granos, medida que abarcó luego a las carnes. En tres días, se declararon ventas por 7.000 millones de dólares, con liquidaciones a 72 horas.
Los interrogantes no tardaron en aparecer: ¿quién se benefició realmente? ¿Los exportadores y acopiadores que ya tenían stock comprado? ¿Los productores que alcanzaron a vender sin retenciones? ¿O el Estado, que percibió ingresos inmediatos pero resignó 1.400 millones de dólares en recaudación?
Según analistas del sector, la medida fue una respuesta urgente a la volatilidad del dólar, pero sin efecto estructural. “El Estado compró parte de esa liquidación para contener la divisa, pero no generó previsibilidad”, advierten. En el agro, muchas entidades manifestaron que la quita temporal benefició más a los intermediarios que a los productores, mientras que la incertidumbre sobre la duración de la política desalienta inversiones futuras.
A esto se sumó el anuncio de un swap con el Tesoro de Estados Unidos por 20.000 millones de dólares, destinado a cubrir vencimientos de deuda. “Nueva deuda para pagar vieja deuda”, sintetizó un economista.
Entre promesas y realidades
Durante la campaña de 2023, el actual gobierno había prometido cerrar el Banco Central, dolarizar la economía, eliminar el déficit fiscal y abrir las puertas a la inversión. Dos años después, los avances son parciales. La herencia económica, la falta de consensos políticos y la resistencia social complican la aplicación de las reformas estructurales.
El DNU 70/2023, la Ley Bases, el Pacto de Mayo y los proyectos de reformas impositiva, laboral y previsional marcan un rumbo, pero su implementación sigue en disputa. Sin compromisos institucionales sostenidos, la Argentina continúa en un estado de “anomia que estanca”, como define Rossi.
Populismo emocional y dependencia estructural
En otra carta de lectores publicada el mismo día, Jorge López Airaghi analiza la raíz emocional del voto populista argentino. “No responde a la memoria histórica, sino a una ingeniería emocional que convierte la dependencia en lealtad”, afirma.
En su mirada, el Estado populista no arbitra, sino que protege: “Promete subsidios, empleo público y relato. Si el Estado me da, lo defiendo, aunque robe”. Así, la corrupción se naturaliza, el clientelismo suplanta la justicia y la narrativa reemplaza la realidad.
En las provincias más pobres, agrega, “el voto no se compra: se alquila, indefinidamente”. Y mientras Europa reconstruyó su futuro con menos recursos tras la guerra, la Argentina profundiza su decadencia con más intervención y menos planificación.
El agro y la infraestructura olvidada
El sector agropecuario, motor histórico del país, continúa padeciendo el intervencionismo y la falta de obras estructurales. Las rutas, los puertos y la logística carecen de inversión. “Mostrar la realidad no es una fantasía”, sostienen desde el Centro Argentino de Ingenieros Agrónomos (CADIA), que reclama previsibilidad y políticas de largo plazo.
El problema, apuntan, es político: la baja densidad poblacional del campo lo vuelve electoralmente débil frente al voto urbano, más vinculado a la burocracia y los beneficios inmediatos.
Alberdi y la hipocresía del poder
La contradicción entre el liberalismo declamado y la práctica autoritaria no es nueva. Juan Bautista Alberdi ya advertía en el siglo XIX sobre el “liberalismo hipócrita” que usaba la libertad como instrumento de dominación. También señalaba el peligro del “socialismo hipócrita” que atentaba contra la propiedad privada y distorsionaba la idea de progreso.
Hoy, esas tensiones persisten en un país donde los discursos se agotan antes que las promesas.
Un llamado final
“Nos merecemos un sueño de una Argentina mejor —concluye CADIA—. Con desarrollo e inclusión, con honestidad y vocación de servicio. Menos relato y más propuestas. Basta de rifar el futuro y el de nuestros hijos.”
La Argentina, una vez más, parece debatirse entre el ideal republicano y la práctica populista, entre la esperanza de un país posible y la hipocresía de un sistema que aún no aprende a mirarse al espejo.


