
El Día de los Santos Inocentes, popularmente conocido por su relación con las bromas y las “inocentadas”, tiene raíces profundas en la historia cristiana.
La fecha conmemora la matanza de los niños menores de dos años ordenada por el rey Herodes, en un intento de eliminar al recién nacido Jesús, quien se consideraba una amenaza para su reinado.
Esta tragedia nos recuerda la fragilidad de los más vulnerables en tiempos de poder, violencia y temor.
En el ámbito de la mirada humanística, el Día de los Santos Inocentes va más allá de la mera conmemoración de un suceso grave histórico. Nos ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la condición humana, la necesidad de proteger a los más pequeños y la injusticia que aún persiste en muchas partes del mundo.
La inocencia de los niños, símbolo de pureza y esperanza, se convierte en una metáfora de la vulnerabilidad frente a las estructuras de poder que a menudo ignoran el sufrimiento de los más indefensos.
A lo largo de la historia, los Santos Inocentes han representado a aquellos cuya voz ha sido silenciada por el abuso, el abandono o la violencia. Hoy, más que nunca, debemos preguntarnos: ¿quiénes son los “Santos Inocentes” de nuestra era? Los niños que viven en conflictos bélicos, las víctimas de la pobreza extrema, los refugiados que huyen de la guerra o la explotación, son ellos quienes continúan siendo víctimas de situaciones de poder que les arrebatan su futuro y su derecho a una vida digna.
En este contexto, el Día de los Santos Inocentes no solo invita a hacer una reflexión sobre el pasado, sino también a preguntarnos cómo podemos cambiar la realidad de quienes, hoy en día, sufren injusticias similares a las que sufrieron aquellos niños en tiempos de Herodes.
Más allá de las bromas y las risas, este día tiene el potencial de ser una fecha de conciencia y acción, un recordatorio de que la vulnerabilidad humana debe ser protegida y defendida, no solo con palabras, sino con hechos. La mirada humanística nos desafía a no olvidar a los inocentes, ni ayer ni hoy, y a trabajar hacia un futuro en el que la inocencia de los más pequeños no sea una condena, sino un motivo de esperanza.


