A 69 años de su fallecimiento, la figura de Ramón Carrillo permanece como uno de los pilares fundamentales de la salud pública en la Argentina. Médico brillante, neurólogo y neurocirujano de prestigio internacional, Carrillo fue, sobre todo, el impulsor de una concepción revolucionaria de la medicina: la salud entendida como un derecho social y no como un privilegio.
Su política sanitaria, centrada en la prevención y en las condiciones de vida de la población, mantiene plena vigencia en los debates actuales.
Carrillo sostenía que la medicina no debía orientarse únicamente a combatir los factores directos de la enfermedad —como los gérmenes—, sino también, y principalmente, a los factores indirectos. “La mala vivienda, la alimentación inadecuada y los salarios bajos tienen tanta o más trascendencia en el estado sanitario de un pueblo que la constelación más virulenta de agentes biológicos”, afirmaba. Esta mirada integral lo convirtió en el principal referente de la medicina social en el país.
En 1946, tras el triunfo electoral de Juan Domingo Perón, fue designado al frente de la Secretaría de Salud Pública, que más tarde sería elevada al rango de ministerio. Durante ocho años de gestión, y en estrecha articulación con la Fundación Eva Perón, llevó adelante una transformación sin precedentes. Entre 1946 y 1951 se construyeron 21 hospitales con capacidad para 22.000 camas, y se levantaron policlínicos en distintos puntos del país, desde el conurbano bonaerense hasta el norte y el litoral argentino.
Uno de los pilares de su gestión fue la gratuidad total del sistema público: atención médica, estudios, tratamientos y provisión de medicamentos. A esto se sumó una iniciativa innovadora para la época: el tren sanitario, que recorría el país durante varios meses al año brindando análisis clínicos, radiografías y atención médica y odontológica en regiones donde nunca antes había llegado un profesional de la salud.
La prevención ocupó un lugar central. Se impulsaron campañas masivas de educación sanitaria y vacunación que permitieron erradicar el paludismo, eliminar epidemias de tifus y brucelosis, combatir casi por completo la sífilis y reducir significativamente la enfermedad de Chagas. En pocos años, la mortalidad por tuberculosis cayó un 75 por ciento y la mortalidad infantil se redujo a la mitad. Además, se crearon más de 200 centros de atención sanitaria y más de 50 institutos de especialización en todo el territorio nacional.
Carrillo también promovió el desarrollo de la industria farmacéutica nacional. Impulsó la creación de EMESTA, la primera fábrica estatal de medicamentos, con el objetivo de garantizar el acceso a remedios a bajo costo, y apoyó a laboratorios nacionales mediante incentivos económicos.
Nacido en Santiago del Estero el 7 de marzo de 1906, Carrillo fue un estudiante excepcional. Se trasladó a Buenos Aires para estudiar medicina y se recibió en 1929 con medalla de oro. Combinó la práctica clínica con la investigación científica y la docencia, trabajando junto al reconocido neurocirujano Manuel Balado y desempeñándose en el Hospital de Clínicas. En 1930 obtuvo una beca para perfeccionarse en Europa, donde se formó en Holanda, Francia y Alemania.
De regreso en la Argentina, sus reflexiones sobre los avances científicos, la tecnología y la condición humana revelan a un intelectual profundamente preocupado por el rumbo de la civilización y la pérdida de valores humanistas.
Antes de su ingreso a la función pública, Carrillo había recibido el Premio Nacional de Ciencias y fue convocado para organizar el Servicio de Neurocirugía del Hospital Militar Central. Allí, al atender a conscriptos de todo el país, tomó contacto directo con las enfermedades ligadas a la pobreza regional. En ese ámbito conoció a Juan Domingo Perón, un encuentro decisivo para su destino y para el de la salud pública argentina.
Sin embargo, su consagración profesional tuvo un alto costo personal. En julio de 1954, en medio de tensiones políticas internas y afectado por una grave hipertensión arterial, debió renunciar a su cargo. Tras el golpe de Estado de 1955, fue perseguido, acusado falsamente de corrupción y despojado de sus bienes. Exiliado y sin recursos, terminó trabajando para una empresa minera en Brasil.
Antes de morir, dejó escrito: “Si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre mi gigantesco esfuerzo donde dejé la vida”. El 20 de diciembre de 1956, Ramón Carrillo falleció a los 50 años tras sufrir un accidente cerebrovascular.
Hoy, a 69 años de su muerte, su legado sigue interpelando al presente. En tiempos donde la prevención, la equidad y el acceso a la salud vuelven a estar en el centro del debate, las ideas de Carrillo continúan ofreciendo una guía clara: no hay política sanitaria eficaz sin justicia social.


