Este 3 de diciembre se celebran los 105 años del nacimiento de Eduardo Francisco Pironio, un hombre cuya vida estuvo marcada por la fe, el milagro y un profundo amor a la Virgen de Luján. Nacido en Nueve de Julio, ciudad de la Pampa humeda, en 1920, el último de 22 hijos de José Pironio y Enriqueta Rosa Butazzoni, inmigrantes italianos, su vida desde el principio estuvo rodeada de circunstancias extraordinarias.
Eduardo Pironio solía recordar que su existencia era un “milagro de la intercesión privilegiada de la Virgen de Luján”. En su relato, su vida comienza en un contexto de grandes desafíos: su madre, Enriqueta, quedó gravemente enferma tras el parto de su primer hijo. A tan solo 18 años, sufrió complicaciones que la mantuvieron en cama durante seis largos meses, lo que preocupó profundamente a la familia. Después de recuperarse, los médicos le advirtieron que no podría tener más hijos, ya que cualquier nuevo embarazo pondría en peligro su vida.
Ante esta situación, Enriqueta decidió consultar al obispo auxiliar de La Plata, quien le ofreció consuelo y le sugirió rezar a la Virgen de Luján. En respuesta a su fe y oración, Enriqueta no solo sanó completamente, sino que dio a luz a 21 hijos más. Eduardo, el vigésimo segundo, fue un “milagro más” en una familia que, en su fe, había encontrado un amparo inquebrantable.
Pero el milagro de la familia Pironio no terminó ahí. En 1964, Eduardo fue nombrado obispo auxiliar de La Plata, precisamente en el cargo del mismo obispo que había bendecido a su madre años antes. En su ordenación episcopal, el arzobispo le regaló la cruz pectoral de aquel obispo, sin saber la historia que se escondía detrás de esa reliquia. Cuando Eduardo le reveló al arzobispo que debía la vida a quien había bendecido a su madre, el gesto de emoción fue profundo: el arzobispo, conmovido, rompió en lágrimas.
A lo largo de su vida, Eduardo Pironio continuó desarrollando una intensa espiritualidad mariana y un amor profundo por la Virgen de Luján, a quien siempre consideró su protectora. Fue un hombre de oración y fe, cuya vida estuvo marcada por su incansable trabajo pastoral y por su devoción a las comunidades que acompañó. Fue ordenado sacerdote en 1943 y más tarde consagrado obispo en 1964, dejando un legado espiritual que aún perdura.
Uno de los testimonios más conmovedores de su vida es el relato del milagro que ocurrió en 2006, cuando Juan Manuel Franco, un bebé de 15 meses, cayó en coma tras aspirar purpurina. La familia Franco, desesperada, recibió una estampa del cardenal Pironio y comenzó a rezar por su hijo. Lo que sucedió después fue inexplicable: en un giro milagroso, Juan Manuel se recuperó por completo, dejando a los médicos sin explicaciones. Este milagro fue uno de los factores decisivos en su beatificación en 2023, y es considerado como la confirmación de la santidad de Pironio.
Hoy, a 105 años de su nacimiento, Eduardo Pironio es recordado no solo por su dedicación al sacerdocio y su amor por la Virgen de Luján, sino también por el testimonio de su vida, que demuestra que la fe puede transformar la realidad. Su historia nos recuerda que, a través de la confianza en Dios y la intercesión de la Madre, los milagros son posibles, y que una vida de entrega a los demás puede ser el camino hacia la santidad.
Que, al igual que el Beato Eduardo Pironio, podamos tener una confianza plena en la intercesión de nuestra Santa Madre María, y seguir su ejemplo de fe y servicio a los demás.



