
En este Día del Maestro quiero rendir homenaje a una maestra de alma, de vocación y de corazón: mi mamá, Alicia —conocida y querida como la señora Chita.
Alicia fue una docente entrañable, reconocida por su enorme calidez, su sabiduría y su manera única de acompañar a cada alumno en su crecimiento. No era de retar en público. Llamaba la atención en privado, con respeto, con palabras que no herían, sino que ayudaban. Sabía contener, guiar, y al mismo tiempo dejar ser. Enseñaba con amor, pero también con firmeza, siempre acorde a la edad de cada niño, con la pedagogía que también llevó a casa para criar a sus hijos: contención, amor, y límites necesarios.
En la escuela, era mucho más que una docente. Ayudaba a los chicos a vencer la timidez, a superar sus miedos, a confiar en ellos mismos. Les enseñaba las canciones para los actos escolares, y muchas veces fue quien les regaló a los más callados su primera voz en público.
Fue maestra y luego directora de la Escuela N° 13 de Facundo Quiroga, donde dejó una marca imborrable. También fue docente de música en la escuela de La Niña. Su compromiso fue siempre el mismo: educar con el corazón.
Aunque hoy ya no está físicamente, su recuerdo sigue vivo en cada alumno que la tuvo, en cada colega que compartió su camino, y en cada hijo al que educó con el mismo amor con el que enseñaba en el aula.
Gracias, mamá, por todo lo que diste. Este es mi pequeño homenaje a una gran maestra.
Siempre vas a vivir en quienes tuvimos la suerte de aprender de vos.
Es la Madrina de este medio de comunicación.
Con amor, Gustavo Tinetti