Viene a mi memoria un recuerdo tan impreciso como real. Era el 9 de julio de 1964. Una tarde nublada en Comodoro Rivadavia. Junto a mi hermano Gustavo, caminábamos ascendiendo aquella pronunciada loma, contra el viento penetrante de tierra esparcida desde el cerro Chenque.
Para un niño que se había criado bajo los soles marplatenses, estar allí era como una especie de penitencia existencial. Sin embargo, en aquella tarde, estábamos felices. Porque asistíamos al estreno de “Canuto Cañete, detective privado”, la película de Carlitos Balá que coronaba la trilogía antecedida por “Canuto Cañete, conscripto del siete” y “Canuto Cañete y los 40 ladrones”
Al conscripto del siete ya lo habíamos visto en el viejo cine Bristol, enfrente de la playa homónima en Mar del Plata. Y allí comenzó un amor para toda la vida que continúa intacto.
En la canción de las bellas cosas, César Isella nos recuerda que “uno siempre vuelve a las mismas cosas en que amo la vida”. Y en el prólogo de “El Principito, Antoine de Saint-Exupéry nos recuerda que “todos hemos sido niños alguna vez, pero poco se acuerdan”.
Estoy convencido de la verdad de la primera frase, aunque no tanto de la segunda: todos los niños de los 60 (y de los 70, 80 o 90) amamos a Carlitos y no lo olvidamos.
Querido Carlitos. Quiero agradecerte nuevamente porque me hiciste feliz. Siempre. Con las
locuras de Canuto Cañete en su versión de conscripto o de detective. En “El flequillo de Balá”. En “Balabasadas. En “El show de Carlitos Balá”. En el Circus Show de Carlitos Balá.
En el “Circo mágico de Carlitos Balá”. En tantas películas. Con “Palito” Ortega haciendo de locos en el aire. O como el tío disparate de “Las trillizas de oro”
Cuántas risas y sonrisas nos regalaste y nos arrancaste. Cuantos mantras de felicidad: “Ea-ea pepé”, “Ta-ta-ta-ta-tá… R: ¡Ba-lá!”, “Angueto, quédate quieto”, “¿Qué gusto tiene la sal?” ¡Salado!”,
”Sumbudrule”, “¡Mirá cómo tiemblo!”, ”Mamá, ¿cuándo nos vamo?”, ”Un gestito de
idea?”,”Fabulósico”,”Un kilo y dos pancitos”, ”Más rápido que un bombero”, ”Seriola con techito por si llueve”,”Za-za-za za-za-za” , “Te pasaste, Petronilo, pegá la vuelta”, ”Señoras, señores y por qué no lactántricos”, ”Quédese tranquilo y duerma sin frazada”, ”¡Queeé lindo!…”, ”Pero escúcheme una situación, señor” ,”¡Idiota!, ¡Pero limpito!”, ”Y puesto que el movimiento se demuestra andando…pues andemos”, “Terminemos rápidamente con esta situación inocua”, “Para gloria mía y de mis hijos (pero si Ud. no tiene hijos ) ¡Y gloria tampoco!”, “El chupete es..(feo), “Y dígame…(meeee), “¿Y la aneda?”, “Nos veeemos”
En el anterior catálogo no aparece aquello que no puede ser traducido en palabras: los gestos, el tono, el decir y la sonrisa de Carlitos.
Ciertamente, Carlitos Balá tenía el don de la alegría. De la alegría desbordante y contagiosa. Y de la “queribilidad”. Bastaba mirarlo para quererlo.
Recuerdo una sentencia sabia de Jorge Bucay: “El amor es alegrarse de que el otro exista”
Por eso la magia que despertaba Carlitos era un ida y vuelta: te alegraba la vida y le devolvías amor.
Leo en un blog dedicado a Carlitos Balá que entre sus últimas entrevistas solía repetir que quería ser recordado como alguien que nos hizo reír y como una buena persona. Lo consiguió.
Y entre sus frases, destaco esta: “Es una felicidad hacer reír. Es una felicidad casi religiosa. Siento que le hago bien al ser humano”. Tenía razón.
Antonio Porchia, el poeta de las frases breves y la sabiduría grande, lo expresó magistralmente: “Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo”. Pero cabe corregirlo: Carlitos vivió con la felicidad de hacer reír y, acaso, al final, anheló ser recordado por eso.
Epílogo
Me hace bien recordar a Carlitos. Y agradecerle por tanta felicidad que nos dio. Creo que fue a Gerardo Rozín a quién le escuché la frase: “Está bueno agradecer”. Es simple y es mágico: alguien nos dio un bien y agradecerlo es un acto en que entregamos otro. Así, el amor se multiplica.
Martin Seligman, el padre de la psicología positiva, sugiere escribir una carta a una persona a la que estuviéramos agradecidos, aunque nunca se lo hubiéramos expresado. Se comprobó que tan sencillo acto generaba felicidad.
Por supuesto, me habría gustado haberle agradecido personalmente a Carlitos cuán felices nos hizo. Pero no se dio.
Pero sí puedo escribir este texto para que Carlitos lo lea desde el Cielo.
A veces nos preguntamos cómo será el cielo. ¿Quiénes estarán allí? ¿Qué edad tendremos
nosotros? Pensamientos silenciosos. Ocurrencias anónimas. Pienso que tal vez sea Dios quién nos asigne la edad. O quizás podremos elegir la que queramos. Aquella en qué fuimos más felices.
Si el cielo existe y me tocara, te voy a buscar y encontrar, Carlitos. Va a ser fácil: cuando vea un grupo de chicos riendo, seguro que allí estarás.
Entonces, imagino, tengo 6 años. Estoy tomando la leche a la tarde con mis amigos. Y de pronto, apareces, Carlitos, con tu flequillo cósmico. Y nos haces chistes y muecas. Y nos desternillamos de risa. No imagino un cielo infantil tan perfecto.
Un cielo repleto de chicos para comenzar de nuevo la magia. Para siempre.
Gracias Carlitos. Gracias por tanto felicidad. Nos hiciste feliz y no lo olvidaremos. Te queremos Carlitos, te queremos. Estás para siempre en nuestro corazón de niños. Y de adultos.
¡Gracias Carlitos!
PD. Curiosamente, no hay coro de ángeles. Pero se escucha la voz de Carlitos Balá:
“Aquí llego Bala (Balá, Balá). El show va a comenzar (ya llegó, ya llegó). Les traigo lo mejor (Balá, Balá). De mi repertorio. Comienza la función (de Balá, de Balá). Y vamos a cantar (muy bien, muy bien). Para divertimos. Hoy vamos a jugar (cantar, bailar). En sana diversión (con Balá, con Balá).
Ya mismo y sin cambiar (de andén, de andén). ¡Ea, ea eaaa, pepe…! ¡El show ya comenzó!” “Nos veemos!
Para Cadena Nueve, Federico González