En cada sacramento, bomba o cañoncito hay una crítica velada. El origen de los nombres de las facturas es una muestra del ingenio y la lucha de los panaderos anarquistas del siglo XIX, que usaron la pastelería como forma de protesta.
Este 4 de agosto se celebra en Argentina el Día Nacional del Panadero, fecha que conmemora la fundación de la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos en Buenos Aires, un hito del sindicalismo obrero ligado al movimiento anarquista. Fundada en 1887 por los italianos Ettore Mattei y Errico Malatesta, esta sociedad fue pionera en la organización gremial en el país y clave en la lucha por los derechos laborales de los trabajadores del rubro.
Pero el anarquismo de aquellos panaderos no solo se expresó en huelgas y reuniones clandestinas. También se coló en las vitrinas de las panaderías, donde comenzaron a aparecer productos con nombres cargados de ironía y protesta: “sacramentos” en referencia crítica a la Iglesia Católica, “bombas” y “cañoncitos” como burlas al Ejército, “vigilantes” dirigidos a la policía, y “bolas de fraile” que apuntaban al clero con humor ácido.
También surgieron nombres como “libritos”, por su forma que evoca el saber y la educación, y “cremonas”, cuya silueta en fila remite al símbolo anarquista de las letras “A” encadenadas. Pero el gesto más significativo fue llamar a todas estas delicias simplemente “facturas”, en referencia directa a las cuentas o trabajos realizados, como una manera de revalorizar el oficio y visibilizar la labor de quienes diariamente elaboraban el pan.
El Congreso Nacional estableció en 1957 el 4 de agosto como fecha oficial para honrar a los panaderos, recordando no solo su aporte esencial a la alimentación diaria, sino también su rol histórico en la construcción del sindicalismo argentino y la defensa de los derechos laborales. Así, cada factura que se comparte con el mate o el café también lleva un pedazo de historia rebelde entre sus capas de masa y dulce.