San Bonifacio, conocido como el “Apóstol de Alemania”, es una de las figuras más trascendentales de la historia del cristianismo en Europa. Nacido en Crediton, Devonshire (Inglaterra), en una familia acomodada, desde temprana edad mostró un fuerte interés por la vida monástica. A pesar de la oposición de su padre, inició sus estudios teológicos en los monasterios de Exeter y Nurcell cuando aún era un niño.
A los 30 años, Bonifacio profesó como monje y fue enviado a una misión en Frisia, actual región de los Países Bajos, con el objetivo de convertir a los pueblos paganos. Su misión se vio interrumpida por conflictos bélicos entre los gobernantes locales, por lo que fue llamado a Roma. Allí, el papa Gregorio II le encomendó reorganizar la Iglesia en Alemania y continuar con la evangelización en esa región.
Tras demostrar avances significativos, fue nombrado obispo y posteriormente arzobispo por el papa Gregorio III. Bonifacio fundó importantes obispados en Baviera —como Salzburgo, Ratisbona, Freising y Nassau— y la célebre abadía de Fulda, además del obispado de Büraburg, que se convirtió en un centro clave para la educación religiosa.
Pese a sus logros en Alemania, nunca abandonó su deseo de evangelizar Frisia. Acompañado de su discípulo Gregorio, regresó para continuar su labor misionera. Fue en ese contexto donde encontró la muerte, el 5 de junio del año 754, durante una ceremonia de confirmación. Tenía alrededor de 70 años y fue asesinado junto a unos 50 seguidores.
Aunque algunos relatos ubican su martirio en Frisia, historiadores sostienen que ocurrió en Flandes, Bélgica. Se cree que fue atacado por herejes que se oponían a la conversión cristiana de la región. Sus últimas palabras, según su biógrafo Willibal, habrían sido: “Ánimo en Cristo” o “Dios salvará nuestras almas”.
Cada 5 de junio, la Iglesia Católica conmemora su vida, obra y martirio, recordando a San Bonifacio como un símbolo de fe, valentía y entrega misionera.