viernes, julio 26, 2024
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Argentina tiene una laica consagrada como primera santa

La canonización se realizó en el Vaticano con la presencia del presidente Javier Milei, el gobernador de Santiago del Estero,Gerardo Zamora y el jefe de Gobierno de CABA. Jorge Macri junto a obispos y sacerdotes que viajaron de argentina encabezados por el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva y donde Francisco resaltó que 'hay lepra que sanar'

En una ceremonia de canonización a la que participó también el presidente argentino, Javier Mieli, luego de un proceso que duró más de 100 años, en un evento histórico fue Francisco, un papa también argentino quien, leyendo una fórmula en latín, a las 9.45 exactas de la mañana, elevó al máximo honor de los altares a la “beatam Mariam Antoniam a Santo Ioseph de Paz y Figueroa”.

La ceremonia fue precedida por un primer saludo protocolardel Presidente y su delegación -formada por su hermana Karina, secretaria general de la presidencia, la canciller Diana Mondino, los ministros del Interior y Capital Humano, Guillermo Francos y Sandra Pettovello-, en la sacristía de la Basílica de San Pedro, decorada por un inmenso tapiz con la imagen de la primera santa argentina.

Durante la celebración, cuando se leyeron las intenciones, un pedido estremeció a los argentinos presentes, preocupados por la situación que atraviesa el país: “Que Dios inspire a nuestros gobernantes la sabiduría del diálogo y la voluntad de contribuir al bien común, superando lo que divide y buscando lo que une”, pidió un lector, en español.

Antes de que el Papa proclamara santa a la fundadora de la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires, bellísimos coros de la Capilla Sixtina entonaron el Veni Creator Spiritus, el himno para invocar la presencia del Espíritu Santo. El canto fue entonado por los 50 cardenales y obispos presentes -entre los cuales Vicente Bokalic, obispo de Santiago del Estero, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva y el obispo auxiliar de La Plata y secretario general del Episcopado, monseñor Alberto Bochatey-, en una ceremonia concelebrada por 230 sacerdotes, entre los cuales muchos argentinos.

Como prevé el rito de canonización, el cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, leyó una breve biografía de Mama Antula, nacida en 1730 en el norte -cuando la Argentina aún era un virreinato- y que murió el 7 de marzo de 1799 con fama de santidad, después de haber difundido los ejercicios espirituales contra viento y marea, en todo el país, tras la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767 y luego de haber ayudado a los más necesitados.

Las litanías de los santos precedieron el momento culminante, cuando el Papa proclamó a Mama Antula santa, la segunda argentina después del cura Brochero, elevado al honor de los altares en 2016.

En su sermón, el Papa, reflexionando sobre la primera lectura y el Evangelio que hablaban de la lepra, habló de la importancia de estar cerca de los que se descarta. “¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más! También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, “lepras” que sanar”, dijo. “Pero, ¿cómo? Veamos lo que hace Jesús. Él realiza dos gestos: toca y sana”, agregó.

Subrayó la importancia de la caridad “escondida de cada día, esa caridad que se vive en la familia, en el trabajo, en la parroquia y en la escuela; en la calle, en las oficinas y en los negocios; esa caridad que no busca publicidad y no tiene necesidad de aplausos, porque al amor le basta el amor”, de la cercanía y de la discreción. Y llamó a seguir el ejemplo de la santa María Antonia de Paz y Figueroa. “Tocada” por Jesús gracias a los Ejercicios espirituales, en un contexto marcado por la miseria material y moral, se desgastó en primera persona, en medio de mil dificultades, para que muchos otros pudieran vivir su misma experiencia. De esta manera involucró a un sinfín de personas y fundó obras que perduran hasta nuestros días. Pacífica de corazón, iba “armada” con una gran cruz de madera, una imagen de la Dolorosa y un pequeño crucifijo al cuello que llevaba prendida una imagen del Niño Jesús”, evocó. “Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a crecer en la caridad según el corazón de Dios”, pidió.

En el día en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo, el Papa Francisco advirtió acerca de las “tres causas de la injusticia”, las que definió como “las lepras del alma”: el miedo, el prejuicio y la falsa religiosidad, que hacen sufrir a los débiles porque son tratados como basura. Hermanos y hermanas, no pensemos que esto sólo sucedió en el pasado. ¡Cuántas personas sufrientes encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios y conductas incongruentes por parte de quienes creen y se dicen cristianos siguen hiriendolos! Incluso en nuestra época hay mucha exclusión, hay barreras que hay que derribar, hay ‘infecciones de lepra’ que hay que curar”.

¿Y cómo se produce esa curación? No manteniendo nuestra distancia. El Papa lo destacó ante sus oyentes en la Basílica de San Pedro, señalando que Jesús tocó primero al enfermo. Aunque tenía claro que estaba violando las ideas de pureza de su época.

“El Señor podría haber evitado tocar a esta persona; habría bastado con ‘curarlo a distancia’. Pero Cristo no es así, su camino es el del amor, que quiere estar cerca de quien sufre, que busca el contacto y toca sus heridas. Nuestro Dios, queridos hermanos y hermanas, no permaneció lejos en el cielo, sino que se hizo humano en Jesús para tocar nuestra pobreza. Y ante la “lepra” más grave, es decir el pecado, no tuvo miedo de morir en la cruz, fuera de las murallas de la ciudad, expulsado como un pecador, como un leproso, para tocar nuestra realidad humana hasta el fondo. último.”

Todo aquel que sigue a Jesús hoy está llamado a tocar a otras personas como él lo hizo. Esto implica principalmente pensar menos en uno mismo y más en los demás. Tampoco debemos “reducir el mundo a los muros de nuestro bienestar”, de lo contrario estaríamos enfermos nosotros mismos: Francisco habló de una “lepra del alma”, con lo que se refería a la insensibilidad hacia los demás.

“Al dejarnos tocar por Jesús, somos sanados por dentro, en nuestro corazón. Cuando le permitimos tocarnos en oración y adoración, cuando le permitimos obrar en nosotros a través de Su Palabra y los sacramentos, Su toque realmente nos cambia. Nos sana del pecado, nos libera de la clausura, nos transforma más allá de lo que podemos hacer sólo con nuestros propios esfuerzos. Nuestros lugares heridos…, las enfermedades del alma, deben ser llevadas a Jesús – y esto se hace en la oración; Por supuesto, no en una oración abstracta que sólo consista en fórmulas para repetir, sino en una oración sincera y viva con la que se pongan miserias, debilidades, errores y temores a los pies de Cristo. Y entonces pensamos y nos preguntamos: ¿Dejo que Jesús toque mi ‘lepra’ para que pueda curarme?”

El Papa promovió una “caridad oculta de la vida cotidiana” que no busca la aprobación pública sino que se caracteriza por la “cercanía y la discreción”. Así nos ama Dios y así debemos amar nosotros a nuestro prójimo. Ese fue el punto al final del sermón, cuando Francisco habló libremente sobre el nuevo santo de su tierra natal.

“Y hoy pensamos en María Antonia de San José, Mamá Antula. Ella era una vagabunda del espíritu. Viajó miles de kilómetros a pie, a través de desiertos y caminos peligrosos, para traer a Dios. Ella es hoy para nosotros un modelo de celo y de audacia apostólica. Cuando los jesuitas fueron expulsados, el Espíritu encendió en ellos una llama misionera basada en la confianza en la Providencia y la perseverancia. Invocó la intercesión de San José… Oremos hoy a María Antonia, Santa María Antonia de Paz de San José, para que nos ayude tanto. Que el Señor nos bendiga a todos”.

Finalizada la ceremonia, Francisco se acercó al presidente Javier Milei y lo saludó cálidamente.

Los milagros que permitieron la canonización
Para llegar a la canonización, la Iglesia Católica comprobó dos milagros realizados por intercesión de María Antonia de San José de Paz y Figueroa. El primero de ellos se produjo en 1904, cuando una de las hermanas Hijas del Divino Salvador, Rosa Vanina, fue curada de una colecistitis aguda con shock séptico -enfermedad potencialmente mortal aún hoy- sin que la ciencia pudiera explicarlo cuando las beatas rezaron por su restablecimiento con reliquias de la santa.

El 2 de julio de 2010 el Dicasterio de las Causas de los Santos, a través de la autorización del papa Benedicto XVI, reconoció “las virtudes cristianas en grado heroico” de María Antonia de Paz y Figueroa, paso necesario para la beatificación. Y el 4 de marzo de 2016, el Papa Francisco hizo lo propio para reconocer el milagro de la sanación de Vanina Rosa por intercesión de Mama Antula y declararla Beata.

El segundo de los milagros se trató de la curación de Claudio Perusini, un santafesino que había sido alumno de Jorge Bergoglio y en 2017 sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó en estado vegetativo. Los estudios señalaron que le produjo un ictus isquémico con infarto hemorrágico, coma profundo y shock séptico con fallo multiorgánico. Una tomografía indicó, además, un infarto extenso del tronco encefálico.

Para los médicos, no había cura posible: o quedaba así por meses, e incluso años, o moría en el corto plazo. Hasta que un amigo suyo, jesuita, llevó una estampita de Mama Antula al hospital Cullen, donde se encontraba, y le rezó pidiendo un milagro. Y se produjo: el cuadro de Perusini se revirtió totalmente.

Santa María Antonia de San José (Antonia de Paz y Figueroa), conocida como Mama Antula, fundadora de la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires; nacida en 1730 en Silipica, en Santiago del Estero, fallecida el 7 de marzo de 1799 en Buenos Aires”.

Hoy, la laica jesuita que recorrió 4.000 kilómetros descalza en el siglo XVIII para llevar las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús -aún cuando la orden había sido prohibida por el rey Carlos III de España- se convirtió en la primera mujer argentina santa.

Claudio Perusini

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