miércoles, abril 24, 2024
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Desilusionada

Escribe para Cadena Nueve, Patricia Berra

A los largo de su década de comunicación con alto alcance regional y más allá también, Cadena Nueve, convocó a profesionales a través de los colegios que los nuclean a escribir sobre temas de interés colectivo.

Entendió – y entiende – que es una manera de dar la oportunidad a quienes se han capacitado y nutrido de la ciencia,  a los fines enriquecer, más allá de las noticas y servicios, a la alta gama de lectores-contactos que el medio tiene y que superan las 30.000 personas en forma cotidiana – ha habido semanas con alcance de 140.000 almas -, con sus saberes o experiencias.

En esa línea, suma ahora, a partir del 2020, la columna de Patricia Inés Berra. Psicóloga inquieta en otras ciencias y artes, que además de ser leída en este diario, podrá ser escuchada semanalmente por las radio de mayor alcance en la región. Cadena Nueve y Máxima.

Para ir pensando en los sueltos que aportará, le alcanzamos el primero. Pone en blanco y negro la convivencia entre una generación que comienza su despedida y que convive con la aceleración de la tecnología y los tiempos.

Que lo disfruten!

Estoy desilusionada.

Pertenezco a una generación que vivió sin celulares, prácticamente sin teléfono, televisores en blanco y negro, algunos pocos a color, un color no con la definición que tienen ahora, parecía que la pintura, el color, estaba sobreimpreso, y no abundaban, los colores, ni los televisores, eran escasos, poca gama.

Cuando íbamos a un kiosco o a una golosinería, no había sobreoferta, no nos mareábamos, sabíamos qué íbamos a elegir, y a esa góndola nos dirigíamos, no mirábamos otra. Las ofertas eran: “titas”, “rodesias”, gomitas de eucalipto, pastillas de refresco rojas, chocolates “suchard”, y probablemente algo más…Ah! sí, los infaltables chicles “bazzoka” (siempre me gustaron los de frutilla, nunca los de menta), los “sugus”, los confites grandes, celestes, rosas y blancos, y las pastillas de menta o naranjas, cuya marca no recuerdo, nunca las de mentol…

Teníamos algunas revistas para elegir en los kioscos, generalmente situados en la vereda: “Billiken”, “Anteojito”, “Mafalda”, “Isidoro”, “Isidorito”, Patoruzú”, “Patorucito”, “Intervalo”, para las mujeres, otras con historias de aventuras y superhéroes para los varones.

El cine, los cines, a los que generalmente íbamos en barra, o con algún noviecito, o a veces, solas y solos. Algunas veces, cuando había oportunidad, al teatro.

Nos reuníamos todo el tiempo, conversábamos todo el día, en la escuela, a la hora de la siesta, a la tarde, hasta que a la tardecita había que regresar temprano a casa, bañarse, hacer alguna tarea de la escuela, estudiar, ver algún programa en la tele, y a dormir, para levantarse temprano al otro día, a la escuela.

Cuando no nos veíamos o estábamos solos, no escribíamos cartas, tanto con las chicas como con los chicos: era como recibir un tesoro.

Siempre copábamos alguna casa, hacíamos “asaltos”, en los que llevábamos, las mujeres, comida, los varones, bebida, siempre gaseosas.

Bailábamos a compás de los discos de vinilo, que funcionaban en los tocadiscos, algunos más modernos que otros, cuando venían los lentos, toda una serie de sensaciones corrían por nuestras venas… La ansiedad de esperar quién te venía a sacar a bailar, si le dirías que sí o que no; las parejitas a ese problema no lo tenían, y podían bailar un poco más apretados, y algún chape.

Los que no eran pareja, a una distancia prudencial, tomados de los hombros, jamás de la cintura, un brazo de distancia. Eran de 18 a 21 hs, o de 20 a 22/22:30…. no más. Más adelante, serían desde las 21 hs hasta las doce. Más de las doce no. Y el no era no; y el sí era sí.

Pedíamos permiso, saludábamos a los adultos, había respeto. Cuando surgía alguna pelea entre algunos amigos o entre barras, estábamos un tiempo distanciados, luego hacíamos las paces y nos prometíamos que no volvería a pasar; había muchas veces intermediarios y celestinos.

Pertenecíamos a grupos religiosos, en los clubes, en actividades escolares y extraescolares.
Creíamos firmemente en la amistad entre un hombre y una mujer, lo defendíamos, a veces alguno o ambos confundían cuestiones, pero se resolvía y a otra cosa.

Ibamos a recitales, en vivo. Nuestros grupos predilectos cantaban las canciones que nos gustaban, y ellos también lo disfrutaban, eran nuestros líderes… nuestros ídolos, de carne y hueso, no de barro, y nos aconsejaban bien, sin reproches ni amenazas, ni miedos. Se ubicaban, los más grandes, como nuestros mentores, nos cuidaban.

Me gusta recordar esos tiempos con alegría, no con nostalgia. Nos debemos mucho el uno al otro; había palabra, ley, reguladores. Compromiso, amor, en su más amplio sentido de la palabra: filial, de fraternidad, códigos.

Había código, compañía, seguridad, atención, cuidado, mirada, escucha, tolerancia, respeto, amistad, hermandad, fraternidad…

Pijamadas inolvidables…. Grandes charlas y abrazos mutuos, compartidos, sinceros… Nuestras casas eran hogares para todos. Aceptábamos las diferencias, hacíamos cosas solos y en compañía… Las estaciones del año estaban bien definidas, y vivíamos cada una con lo que traían: el verano, descanso, pileta, siestas, un poco más tarde, de noche en las veredas o algunas plazas… Helados, diversión, y, a veces cierto aburrimiento y desencuentro: vacaciones que no coincidían, desencuentros, encuentros con otros, amigos del verano.

El otoño: comienzo de clases, estudio, no llevarse materias, reencuentro con compañeros, a veces, cortar el finde con alguna otra cosa, distracción, o juegos de mesa, los días fríos, ventosos, lluviosos, al lado de la estufa a leña.
Invierno: después de tareas, exámenes, volver a tener vacaciones, más cortas, pero no por eso menos intensas.

Conocer gente nueva tanto de acá como los foráneos: una onda especial, distinta… Tardes de guitarreadas y mates, de lectura de buenos libros, de películas, de escribir diarios íntimos, esperar la primavera…
Primavera: días más distendidos, más largos, con olor a tilos y jazmines… La fiesta del estudiante, la promo, el juntar dinero para el viaje de egresados.

La finalización de las clases, la brisa suave, los olores primaverales, los enamoramientos, parejas que se armaban y otras que rompían.

La decisión y posibilidad de ir a estudiar a otro lugar (Buenos Aires, La Plata, Balcarce, … Aquí, algún estudio terciario, escuchar radio, elegir una carrera.

Tiempo de descanso. Dejar fluir, cero ansiedad, mandatos parentales…El propio deseo, otra veces revisar y ordenar a los leones (internos y externos)…

Amistad, ante todo, refugio, amanecer de un nuevo día, proyectos, reencuentros… Amistad con códigos.

Con pretensiones que no eran económicas, sino de don de amor, de complicidad permitida, sin excesos. ¿Es la vida quien va imponiendo un curso cada vez que se renueva alguna cuestión? ¿Somos nosotros mismos los que nos vamos alejando de la zona permitida?

Hasta que algo hace romper ese encanto de antaño, de días felices más allá de las pérdidas, los cambios, el llanto, el consuelo, la contención. Ese algo, alguna vez tuvo un nombre, se lo definió de varias maneras, se pudo hacer un buen uso de todo eso, o no nos quedó otra… Ese algo se llamó “globalización”, y se expandió por todo el planeta hasta los lugares más recónditos. Y se expandió como una peste, impuso modelos, estereotipos, caídas de las idiosincrasias de cada lugar, de sus usos y costumbres… Y hoy, en particular, puedo decir que, más que comunicarnos estamos cada vez más incomunicados, más propensos al malentendido, a la angustia, a la ansiedad.

Hoy, pleno siglo XXI, estamos expuestos a lo desconocido, sin reparar en lo conocido. Al malestar de sucesos que no llegamos a develar, a elaborar, a ponerlos en palabras, por eso tantos pasajes al acto, tanto vivir para el afuera. Para la mirada del otro, en vez de hacer uso de la propia mirada.

Nos falta autorizarnos más en todos los campos: como madres, como padres, como profesionales, porque tememos asumir responsabilidades públicas, porque somos cobardes cuando sabemos que nos tratarán como a locas, locos, inventores, infortunados… Sin saber que, justamente en esos lugares es desde donde tendríamos que comenzar a jugar más, descontracturarnos, reír más… Amar, desear, partir… Andar sin pensamientos… Estar más en contacto, cuerpo a cuerpo. Nada superará la alegría de ver el rostro de una o un querido amigo; de algún enamorado; de una felicidad que no esté envasada y perdure.

 9 de Julio, Bs. As, diciembre de 2019

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