A los 91 años se conoció el deceso de la convecina Montserrat Gavaldá viuda de Verde, mujer que junto a su esposo, Eduardo Verde conformaron una familia de cinco hijas, y su vida estuvo consagrada a la música.
La paraja Verde-Gavaldá fueron los impulsores de coros polifónicos enriqueciendo la cultura en Nueve de Julio y el distrito.Ambos recnocidos por su entrega.
En el caso de Monserrat, mujer amable, reservada, había conformado hace pocos años atrás, ‘Vocal Ever’, luego de haber impulado ‘Canto en Familia’, el Coro polifónico, y otros grupos de coreutas.
Se la recuerda cantando el Ave María en celebraciones en la Catedral Santo Domingo de Guzmán, con voz única, cuyo eco eran los comentarios elogiosos de quienes disfrutaban de ese canto único.
Este domingo, Monserrat Gavaldá se fue de gira a la Eternidad.
Que descanse en paz.!
Aguda, como inmanente de todo lo que es humano, es el hecho de la muerte. Quizá, aunque parezca cotidiano en la sala de redacción de un Diario, trazar la cuartilla de un obituario, lejos está esa idea de lo real. Toda muerte sacude, conmueve y, en mayor o menor medida, nos pone frente al inabordable hecho de la vida que se apaga.
La muerte de Montserrat Gavaldá Font de Verde, ocurrida el domingo, ha conmovido a aquellos que tuvieron el placer de conocerle y a quienes, quizá, nunca lo hicieron personalmente, pero sabían del derrotero de su biografía. La pluma de su hija Nuri tomó, como fuente inspiradora, su vida y la reflejó en las cautivantes páginas de un libro placentero.
Amable, culta, sensible, vital fue Montserrat, junto a su esposo Eduardo, la mentora de grupos corales que sobresalieron en nuestra comunidad y más allá de estos límites geográficos. Desde “Canto en Familia” hasta “Vocal Ever” tuvieron el sello indeleble de Montserrat, quien extendió, asimismo, su influjo a otras formaciones vocales nuevejulienses. Tantas veces se escuchó su dulce voz en la Iglesia Catedral, en el marco de una boda o de otra celebración.
Prevaleció en ella, a lo largo de su vida, la humildad. Con esa virtud, que le era innata, transmitió por doquier otros profundos valores, nacidos a la luz de sus convicciones cristianas.
Amó a su familia y a ellos, al legarles los dones de su persona, les infundió también su amor por la música.
Aguda, como inmanente de todo lo que es humano, es la muerte. La de Montserrat, sabemos, es un tránsito hacia la vida verdadera, al reencuentro con sus mayores y, desde luego, también con Eduardo, el amor de su vida.
El recuerdo que, desde ahora, queda en familiares y amigos de esta gran mujer y, la latente memoria que se recogerá de ella y sobre su aporte a la vida cultural de la comunidad, harán que esta muerte no lo sea del todo. No muere del todo quien vive en el corazón de otros.
Seguirá presente entre nosotros, en todas las cosas que le fueron cotidianas y en la conjunción absolutamente bella de las voces de un coro. Donde viva la música coral allí vivirá ella.
Descansa en paz, Montserrat.