Este 6 de agosto se conmemoran 80 años del bombardeo atómico sobre Hiroshima, uno de los episodios más devastadores de la historia contemporánea. En 1945, en plena Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lanzó la bomba atómica apodada “Little Boy” sobre esta ciudad japonesa, provocando una destrucción sin precedentes.
La explosión mató instantáneamente a más de 70.000 personas y arrasó aproximadamente el 69% de los edificios de la ciudad. Las calles quedaron cubiertas de escombros, fuego y cuerpos calcinados, mientras que los hospitales colapsaron ante la cantidad de heridos. A lo largo de los meses siguientes, la cifra de muertos aumentó dramáticamente debido a las quemaduras, heridas graves y la exposición a la radiación. Para finales de 1945, se estima que el número de víctimas fatales en Hiroshima alcanzaba las 166.000 personas.
El ataque atómico fue el primero en la historia, y tres días después, Estados Unidos lanzó una segunda bomba sobre Nagasaki. Estos hechos precipitaron la rendición de Japón el 15 de agosto de 1945 y marcaron el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, más allá de su impacto militar, Hiroshima se convirtió en símbolo del horror de la guerra nuclear. Cada año, miles de personas se reúnen en el Parque Memorial de la Paz para recordar a las víctimas y renovar el compromiso con la paz y el desarme nuclear.
Ocho décadas después, el mundo sigue reflexionando sobre las consecuencias humanas y éticas de aquel 6 de agosto. Hiroshima no solo representa una tragedia, sino también un llamado urgente a evitar que la historia vuelva a repetirse.