Como cada jueves a las 9,30 en Modo Jubileo, el padre Daniel Camagna se hizo presente en el aire de Despertate Cadena Nueve y Máxima 89.9 para abordar un tema que atraviesa a todos: el duelo.
En esta ocasión, la charla estuvo teñida por el dolor y la gratitud, al evocar tres despedidas profundas que marcaron su vida y el alma de la Iglesia: su propio papá, el Papa Francisco —a quien consideró un modelo de paternidad sacerdotal— y el entrañable padre Mamerto Menapace, quien dejó una huella imborrable en generaciones de fieles.
Camagna relató con emoción cómo vivió estos momentos, reconociendo que incluso en la fe hay lágrimas, pero también hay luz. “Creí que iba a tener padre siempre”, confesó al hablar de la partida de su papá, a los 93 años. Al mismo tiempo, vinculó esa pérdida con las otras dos figuras que para él también representaban una paternidad espiritual: el Papa y Mamerto. “Ahí se me fueron tres padres”, resumió, con una mezcla de dolor y agradecimiento.
El sacerdote remarcó que en los tres casos vivió un “duelo agridulce”, donde la ausencia se mezcla con la gratitud por la vida compartida. En particular, recordó con ternura el velorio de Mamerto, que lejos de ser un momento sombrío, se vivió con alegría, canciones y anécdotas. “Mamerto tenía esa chispa que te hacía reír, que dejaba enseñanzas hasta en las bromas, al recordársele desde la conducción del programa que decía: ‘Soy Mamerto, pero no ejerzo’”, entre risas.
El diálogo también tocó el modo en que la Iglesia vive y acompaña la muerte, distinguiendo su visión del simple culto a los muertos o del olvido moderno. “La cultura actual no sabe qué hacer con la muerte. La niega, la disimula. Y cuando llega, nos destruye”, advirtió. Frente a eso, planteó la necesidad de recuperar un lenguaje de fe que acompañe desde el amor y la esperanza, sin caer en frases huecas como “se hizo una estrellita” o imágenes negativas de Dios “que anda cazando gente”.
El sacerdote recordó que para los cristianos, la muerte no es el final. Citando el prefacio de la misa de difuntos, señaló: “La vida no termina, se transforma”. Y fue más allá: “Lo que se transforma es esta vida. Yo quiero seguir siendo yo, no transformarme en eucalipto o en sapo”, dijo, con ironía pero con convicción profunda.
Sobre el rol del cuerpo y los cementerios, planteó que el respeto por los restos humanos es signo de humanidad, retomando la idea de que uno de los primeros signos de civilización fue “cuidar a los muertos”. En ese sentido, valoró iniciativas como los cinerarios parroquiales, donde se preservan las cenizas con dignidad. “No es lo mismo tenerlas en un aparador que en un lugar sagrado. Cada cosa en su lugar ayuda también en el proceso del duelo”, afirmó.
El encuentro cerró con una mirada hacia adelante: la festividad de Corpus Christi. “Venimos hablando del cuerpo, y Corpus es eso: el cuerpo de Cristo. Celebramos que el Señor está vivo, en medio de nosotros, en la calle, entre la gente”, explicó. Este domingo, la comunidad se reunirá para la misa y procesión, en una jornada que promete ser de fe y de sol.
La columna dejó una enseñanza clara: la muerte, cuando se vive desde la fe, no borra, sino que transforma. Y transforma no solo al que parte, sino también a los que se quedan, si saben mirar con esperanza. Porque, como decía Mamerto, al señalar donde iba a estar enterrado, días antes de su deceso “este es el estacionamiento… acá espero la vida eterna”.