jueves, mayo 8, 2025
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Mama Antula: la primera santa argentina y el milagro de la santidad

En el Vaticano el 11 de febrero el papa Francisco la canonizará con la presencia del presidente Javier Milei

Mamá Antula- maría Antonia Paz y Figueroa

El papa Francisco anunció la canonización de la beata argentina María Antonia de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula, para el 11 de febrero de este 2024. La ceremonia se realizará a las 9 de lamañana de Italia, 5 de la madrugada de argentina. Está invitado el presidente Javier Milei.

Se trata de la primera santa argentina en la historia. Previamente, fue declarada beata el 27 de agosto de 2016. Fue una laica consagrada cristiana.​

Se trata de una mujer de fuerte personalidad y convicción, nacida en 1730, en la localidad de Villa Silípica de Santiago del Estero, sin dia y mes conocido y fallecida a los 68 o 69 años, el 7 de marzo de 1799, en Buenos Aires. Por entonces, Virreinato del Río de La Plata.

Fue hija de Miguel de Paz y Figueroa Mendoza, sargento mayor, maestre de Campo y alcalde de la Santa Hermandad en 1728, procurador y mayordomo del Real Hospital en 1730, protector de Naturales en 1745, alcalde ordinario de segundo voto del Cabildo de Santiago del Estero y defensor en 1750, y de María de Zurita y Suárez de Cantillana.

Recibió la educación que se daba en las familias acomodadas, y se acentuó en ella su inclinación a la vida religiosa. A los quince años hizo sus votos y vistió el hábito consagrándose a la oración y al apostolado. Luego realizó sus ejercicios espirituales en el convento de los padres de la Compañía de Jesús de aquella ciudad.

En 1760, ya en Santiago del Estero, María Antonia de Paz y Figueroa reunió a un grupo de chicas jóvenes que vivían en común, rezaban, ejercían la caridad y colaboraban con los padres jesuitas. En aquel entonces se las llamaba “beatas” (actualmente llamadas laicas consagradas). Durante veinte años María Antonia estuvo al servicio de los jesuitas, asistiéndolos especialmente en las tareas auxiliares de los ejercicios espirituales.

Cuando se produjo la expulsión de esa orden en 1767, María Antonia pidió al mercedario fray Diego Toro que asumiera las tareas propias de la predicación y la confesión, mientras que ella se ocuparía con sus compañeras del alojamiento y las provisiones para continuar con los ejercicios espirituales. La amistad con los jesuitas la siguió manteniendo vía epistolar. Mientras tanto, continuó su tarea evangelizadora en las parroquias de Salavina, Soconcho y Silípica. Su figura ya era familiar, siendo conocida en su pueblo como la “Mama Antula” (en quichua, por “Mamá Antonia”). Es que como tenía mucha capacidad para acompañar, consolar y ayudar a los demás, la gente la veía como una madre. Por eso los santiagueños le llamaban “la mama”. Pero además, era tan sencilla, cercana y accesible, que le decían cariñosamente “Antula”, que es como si hoy dijéramos “Antoñita”. Por eso pasó a la historia como “Mama Antula”.

Sin los Jesuitas, con la ayuda de sus compañeras inseparables, comenzó a organizar ejercicios espirituales en la ciudad de Santiago del Estero y sus alrededores. Estas mujeres se ocupaban de todos los detalles, y al principio ellas mismas predicaban, pero poco tiempo después consiguieron que algunos sacerdotes del lugar hicieran las prédicas.

Así la Mama empezó a caminar y caminar. Cuando llegaba a una población, pedía autorización para organizar los ejercicios espirituales, elegía un lugar donde pudieran dormir unas 100 personas, buscaba sacerdotes predicadores, repartía boletines de publicidad, pedía limosna para la comida y demás gastos, y organizaba todo. Pedía limosna porque ella quería que los más pobres también se beneficiaran de los ejercicios espirituales. Para que eso se continuara después de su muerte, en su testamento incluyó un especial pedido: “que sean admitidos y preferidos, si es posible, los pobrecitos del campo”.

Su fe la movilizó a caminar predicando. Primero fue a Jujuy y a Salta, luego a la actual provincia de Tucumán, a Catamarca, a La Rioja y a Córdoba. Cientos y cientos de kilómetros, en su mayor parte a pie, y en parte arriba de un sencillo carro tirado por un asno. Al llegar a las ciudades la veían aparecer a pie, descalza, y en su carro normalmente traía donaciones que iba recogiendo en el camino.

Después de vivir un tiempo en Córdoba, finalmente llegó a Buenos Aires, a pie, a fines de 1779.

A fines de 1781, estos ejercicios espirituales de diez días ya se habían hecho 34 veces en la ciudad. A fines de 1786 habían pasado por ellos unas 70.000 personas.

Pero cuando estaba en Buenos Aires, no hay que pensar que era como una religiosa silenciosa que se quedaba dentro de una casa cuidando el orden de los ejercicios espirituales. No era así. Salía permanentemente a ayudar a los pobres, a consolar, a pedir limosnas para sus obras buenas, a visitar presos, mendigos y enfermos. Además, cada tanto organizaba misiones en algunos barrios. Cuentan que con sus palabras sencillas era capaz de calmar a personas furiosas, de devolver la esperanza a los suicidas, de reconciliar a los enemistados.

Nunca faltaba el alimento en los ejercicios espirituales, y se consideraba un milagro, porque siempre a último momento llegaba lo necesario. Ella siempre confiaba porque sabía que la obra era de Dios. En 1785 tenía 55 años, y aunque la vida que había llevado le hacía sentir el cansancio, la llama de la salida misionera no se apagaba. Quería partir nuevamente hacia otros lugares necesitados, pero su director espiritual le pedía que se quedara en Buenos Aires donde hacía tanto bien.

Ella quería construir una Casa de Ejercicios. No fue fácil, pero con la seguridad de que Dios se lo pedía, se entregó a la tarea en cuerpo y alma. En 1795 se inauguró una primera parte, pero ella no pudo verla terminada. María Antonia murió el 7 de marzo de 1799. Sus restos están en la iglesia de La Piedad, porque allí se refugió apenas llegó a Buenos Aires cuando unos muchachos la perseguían. Como forma de gratitud, pidió que la enterraran allí. Pero ella siempre llevaba en su corazón su querida Santiago, que la vio nacer y crecer, los pueblos del interior, y los caminos largos y polvorientos que había recorrido en sus correrías evangelizadoras.

EL MILAGRO QUE LE ATRIBUYEN A MAMA ANTULA, LA PRIMERA SANTA ARGENTINA

Claudio Perusini, exalumno de Francisco nacido en 1959, experimentó una recuperación milagrosa después de enfrentar un pronóstico médico desalentador. Sufrió un “ictus isquémico con infarto hemorrágico en varias zonas, coma profundo, sepsis, shock séptico resistente, con fallo multiorgánico” que lo llevó a la unidad de cuidados intensivos en estado comatoso. Un TAC reveló un infarto muy extenso en el tronco encefálico, y se consideraba que tenía lesiones cerebrales irreparables, con un pronóstico poco alentador.

Lo que hace que esta historia sea aún más notable es el papel de Mama Antula. Tanto familiares como amigos del hombre, así como siete personas que no tenían vínculos familiares ni amistad con él, oraron pidiendo la intercesión de la Beata María Antonia de San José por su salud.

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