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Convocatoria a escritores de Nueve de Julio y la zona

Los viernes se entregarán los escritos en CN y se ordenarán conforme vayan ingresando al mail difundido

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Cadena Nueve decide dar espacio a los escritores nuevejulienses y de la zona publicando sus obras los Viernes.

Para que publiquemos alguna de tus creaciones sólo debes mandarla al mail [email protected] o mensaje al whatsapp 2317 54 5009, y con alguna referencia dejando un celular de contacto o mail y desde que localización lo haces.

Se procura abrir un camino de fomento y comunicación entre quienes escriben y sus potenciales lectores.

En esta oportunidad reiteramos un trabajo ya publicado:

El espectador

Estimé que los kilos eran ochenta, quizá más. Cabello negro, tez blanca, jeans holgados, remera amarilla, un Fiat 600 -que, supuse, debía moverse lastimosamente- por debajo de su pecho. En el camino, dejó caer una maceta. El balcón tenía barandas ingeniosamente pintadas de negro, y si Construção[1] hubiese podido opacar el ruido sería esta la coincidencia perfecta.

Unos minutos antes de la cita, el cielo se tornaba raro. Las nubes grises y el viento húmedo, diversos factores nos daban indicios de lluvia. El tránsito seguía moviéndose con los ánimos de una tortuga, y los transeúntes circulando, mirando y desapareciendo rápidamente (aunque, posteriormente, algunos pudieron soportar la angustia e hicieron un círculo en derredor del hecho).

Televisiones marchando al frente en las vidrieras: que Venezuela, su desgracia y las panzas que rugen, que el mundo con su lado más oscuro, su versión HD. Muchachos rodeados por un gris que los penetra y se escapa en la puerta del kiosco La Esquina del cual salíamos nosotros. La falda corta de Melliza Uno y el vestido largo de Melliza Dos. Los cabellos rubios que eran balanceados por el viento. Una baldosa rota que me secuestra los pies en la ciudad del salpicar involuntario, la lata de cerveza abandonando a mi mano y una bolsa de nylon soltándome, casi deslizándose, hacia el Fiat 600. La vieja en camisón que discutía con el verdulero y el verdulero que se veía agobiado porque son las tres de la tarde, porque la anciana insiste cada día y no baja la guardia, porque a mamá no le alcanza para la universidad y a papá quién lo conoce, porque me niego a incendiar mis sueños como se incendia La Pampa. La ira, la risa eufórica, mi angustia. El paso inevitable del tiempo y mi reloj que no funciona. El sujeto en cuestión preparándose como si fuera a una cita ansiada.

El mundo sigue su curso desinteresado: la tensión rutinaria que no se identifica como tal, que tornó en monotonía. El transcurso monótono de pronto es interrumpido y al fin lo vemos agonizando. Miré a las mellizas a los ojos y no las reconocí. Las que siempre parecían hacer duradera la desgracia, edificaban edificios donde tierra, lloraban porque podían, ahora estaban sumamente tímidas. Si nunca en sus bocas se respiró quietud pero hoy, como por arte de magia, las palabras se disfrazan de bufones.

Melliza Dos se tapó los ojos. Melliza Uno no podía dejar de ver, de verme y de verlo, de verse. Los vidrios comenzaron a reflejar luces y los pasos se amontonaron. Escuché a los perros ladrar con impotencia entre los pies de sus respectivos amos, lo hacían como quizá muchos de nosotros anhelamos, si eso hace aquel que percibe y observa pero no comprende, aquel que es incapaz de describir. Así, los espectadores corrieron copiando los patrones de esta mismísima mañana, más son los gestos los que delatan una diferencia.

El tiempo demostró sin más que alcanza con la frescura de la piel uniéndose al cemento, de modo que el mundo se estira como goma de mascar y nosotros nos volvemos bajitos. Las mellizas no dijeron una sola palabra, ni siquiera una de despedida cuando me dejaron en la esquina. Yo me quedé petrificado viéndolas, las miré alejarse hasta que se volvieron puntitos negros tan similares como gotas de agua y ya no pude distinguir entre la una y la otra. Distintos rumbos pero desgracias en común. Sabíamos que todos, tarde o temprano, nos haríamos la gran pregunta. Mientras tanto, la llave del departamento me estorba en los bolsillos y pienso, mientras abro la puerta, en tantas cosas que jamás valdrán la pena: imagino cómo estará el diario sobre la mesa abierto en su segunda página, que un joven se quitó la vida en plena avenida dirá mañana, que abrieron un bar a la vuelta dirá este lunes, y así, como si nada, dejaré otra vez de ser espectador.

Marlene D’stefano

 

[1] Construção es una canción en portugués del cantante Chico Buaque que relata la vida de un obrero de la construcción que se suicida en su trabajo.

https://www.youtube.com/watch?v=suia_i5dEZc

 

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