Seguro que en más de una ocasión, al hablar del 20 de junio y de la figura de Manuel Belgrano, nos hemos emocionado contando la historia de cómo se izó por primera vez nuestra bandera a orillas del Paraná.
Es un relato que conocemos, que enseñamos y que forma parte de nuestra identidad. Pero, ¿alguna vez nos detuvimos a pensar por qué el azul y blanco? ¿Qué llevó a Belgrano a elegir esos colores y no otros para distinguir a una Nación en nacimiento?
Más allá del simbolismo lírico —que asocia los colores con el cielo y la esperanza— existe una hipótesis poderosa que conecta con la estrategia política del momento: los colores azul y blanco ya estaban ligados a la dinastía Borbón, la familia real que reinaba en España.
Lejos de ser una elección ingenua o meramente estética, la bandera de Belgrano podría haber sido también un movimiento astuto para debilitar emocionalmente al enemigo: usar los propios símbolos de la familia que gobernaba España convertidos ahora en emblema de una revolución. Una apropiación cargada de ironía y audacia.
Esta hipótesis sostiene que Belgrano, al adoptar los colores de la Orden de Carlos III —una de las más prestigiosas distinciones del reino español—, no solo buscaba diferenciarse en el campo de batalla, sino también atacar simbólicamente al poder español, resquebrajando el vínculo afectivo con la monarquía.
Así, el azul y blanco, lejos de ser neutrales, se cargaban de sentido en un juego de signos donde nada era casual.
A este trasfondo se suman otras posibles motivaciones: su profunda fe mariana (los colores del manto de la Inmaculada Concepción), el antecedente de las cintas repartidas por French y Beruti, y por supuesto, la interpretación poética y popular de que el cielo inspiró los tonos patrios.
Lo cierto es que Belgrano jamás dejó escrito de forma concluyente el motivo de su elección.
Pero justamente ahí reside la riqueza de esta historia: en el cruce entre la estrategia, la devoción y el sentir colectivo que terminó dando forma a uno de los símbolos más potentes de nuestra identidad.
Esta multiplicidad de lecturas no resta, sino que suma: abre el juego para que estudiantes, docentes e investigadores se animen a preguntar, debatir, construir conocimiento y apropiarse —como lo hizo el pueblo— de los colores de la Patria.
