Cuando un motociclista decide evadir un control, no está simplemente desobedeciendo una norma: está poniendo en riesgo su vida, la de los agentes de control, y la de cualquier persona que se cruce en su camino.
Lo ocurrido con el inspector fallecido en Junín no es un accidente inevitable: es la consecuencia directa de una conducta temeraria, egoísta y absolutamente inaceptable.
Lo preocupante es que se replica en todos los distritos de la región, semana a semana.
Los controles no están para molestar ni para recaudar, como muchos repiten sin reflexión; están para garantizar que quienes circulan por la vía pública lo hagan de forma segura, con vehículos en condiciones y documentación al día. Evadir un control es un acto de rebeldía mal entendida, que pone en evidencia una falta total de compromiso con la convivencia ciudadana.
El hecho de que un inspector pierda la vida por simplemente cumplir su deber es una tragedia que no debería repetirse jamás. Y para evitarlo, no solo se necesita una mayor presencia del Estado y sanciones ejemplares, sino también un cambio cultural profundo: que se entienda de una vez que respetar las normas de tránsito no es una opción, sino una obligación ética hacia los demás.
Como sociedad, no se puede seguir naturalizando que la calle sea una jungla y que quienes hacen cumplir la ley sean vistos como enemigos. La muerte de un inspector debe dolernos como sociedad. Porque si no somos capaces de proteger a quienes nos protegen, estamos fallando como comunidad.
Murió un inspector de tránsito atropellado por un motociclista que evadió un control en Junín