En tiempos de viralización constante, no son pocos los mitos lingüísticos que circulan por redes sociales. Uno de ellos, especialmente llamativo, sostiene que la palabra “papa” proviene de la combinación de las primeras sílabas de las palabras latinas Pater et Pastor (padre y pastor), una explicación que suena plausible… hasta que se analiza con un poco más de rigor.
Otra teoría con pretensiones de autoridad asegura que se trata de una sigla: Petri Apostoli Potestatem Accipiens (“recibiendo la potestad de Pedro apóstol”).
Según esta versión, el título debería escribirse en mayúsculas: PAPA. El problema, además de la falta de sustento histórico, es que ni siquiera se ajusta a las reglas gramaticales: eso no sería una sigla, sino un acrónimo. Y los acrónimos, a diferencia de las siglas, solo se escriben con mayúscula inicial si son nombres propios.
Por lo tanto, lo correcto sería escribir papa León XIV, con minúscula inicial, como indica la norma general.
Frente a estas teorías fantasiosas, la lingüística y la historia ofrecen un camino más confiable.
Según fuentes como Catholic.net y la Real Academia Española, el origen del término es mucho más antiguo y sencillo: proviene del griego pappas o papas, que significa “papá” o “padre”.
Esta palabra era común en Oriente como una forma afectuosa y respetuosa de dirigirse a obispos y sacerdotes, y luego pasó al latín tardío como papa, manteniendo ese mismo sentido.
En resumen, la palabra “papa” no es un invento moderno ni un juego de iniciales, sino un legado lingüístico de la tradición cristiana primitiva.
Un término de afecto y autoridad que, con el tiempo, se convirtió en uno de los títulos más emblemáticos del mundo.