La Luna es el único satélite natural de la Tierra. Su encanto y luminosidad ha inspirado desde la antigüedad al hombre, no solo en la creación de escritos o versos románticos, sino a pensar en su conquista.
A lo largo de tantos años de historia de la humanidad siempre se pensó en cómo llegar a esa medalla luminosa que fascina. Y fue en el Siglo XX donde se concretaron esos deseos de antaño.
Este 20 de julio se cumplen 50 años de la hazaña más grande lograda por un ser humano: pisar la Luna.
La NASA ya enviaba naves al satélite de la Tierra desde comienzos de la década del ’60. Y se había programado que la misión de ese 1969, fuese tripulada. Los elegidos ante sus trayectorias en sus laboratorios internos de la National Aeronautics and Space Administration, cuya traducción literal es Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio, fueron Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin.
A cinco décadas de aquel acontecimiento sin igual, lo recuerdo como trascendente y con algunas imágenes y vivencias imborrables. Las compartiré con Uds., que nos siguen cada jornada.
Vivía en mi natal Facundo Quiroga. Para un niño estudiante eran las vacaciones de invierno. En días previos al alunizaje, mi padre había ganada un televisor objeto de una rifa solidaria del Club Atlético. La noticia trajo enorme alegría a mi casa. Los fabricantes de ese T.V., eran los hermanos Gabriel y Miguel Fernández, dos emprendedores que todo lo vinculado a temas electrónica de entonces y de electricidad, ya sea de tractores, autos, camiones, camionetas o viviendas y demás, lo solucionaban. Altamente creativos eran técnicos competentes, y habían diseñado uno que fabricaban en serie. La carcasa de madera cuadrada era inmensa. Necesitaba una mesa para ser ubicado. Instalarlo era toda una odisea. Se colocó una plataforma sobre el techo para apoyar los caños de soporte de la antena, y ésta, con formato de una parrilla bastante grande. A su vez, con el cable-plano de bajada iba un buster para mejorar la imagen o señal y dos riendas de alambre se anexaban para ser ubicadas en un brazo fijo a una pared, para darle movimiento a la estructura. Es que la humedad y el viento iban a favorecer en la imagen. Y para ello, darle cierto desplazamiento u orientación, era muy importante.
Fue el mismo Miguel Fernández, quien hizo el montaje.
La tarde, propia del invierno se hizo corta. Cuando todo finalizó se hicieron las pruebas. La familia curiosa detrás de ese momento. Jamás olivaré que lo primero que vi en TV fue una serie denominada ‘El Llanero Solitario’ que comenzaba a las 19,30 hs. por Canal 13 y a su término, a las 20, comenzaba Telenoche con Horacio Galloso. Un excelente locutor con quien con los años fuimos compañeros en el noticiero del mismo Canal y gran entusiasta del tenis, que hizo que participáramos de algunos torneos de fin de semana. Gran persona!
Esas imágenes iniciales eran con bastante ‘lluvia’ o poca nitidez.
Pero la gran expectativa estaba dada en la llegada del hombre a la luna. Todos queríamos ver esa televisación. Las discusiones de entonces estaban en la credibilidad. Muchos pensaron que se trataba de una fantasía de Estados Unidos y que sería imposible. También se especulaba en que era un montaje en el desierto de Arizona.
Ese 20 de julio de 1969, no solo se veía en forma clara, brillante e imagen estable. Todos seguíamos con atención lo que Mónica Cahen D’Anver y Andrés Percívale – también traté a ambos y tengo el mejor de los recuerdos – difundían por la pantalla de esa carcasa de madera y bastante pasada.
Fue un suceso emocionante además de ser único en la humanidad que unía al planeta en su conjunto. Unas 600 millones de personas siguieron en directo el alunizaje de la misión espacial Apolo 11 sólo a través de la televisión. Récord de récord de audiencia, solo superada con más tecnología y mayor cantidad de aparatos de TV, por el casamiento del Príncipe Carlos y Lady Di, en la década del ’70.
Pasaron los años, y estando trabajando en el noticiero de Canal 13, entablé relación con José Mac Loughin, quien se desempañaba como jefe de Prensa de la Embajada de Estados Unidos. Cierto día me convoca para hacerme la siguiente propuesta. Una nota a Neil Armstrong. Empezaba la década del ’90. No podía creer que Dios me ponía en el camino la posibilidad de hablar con el hombre que pisó la Luna. El mismo que inmortalizó la frase: ‘Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad’.
El encuentro era en la misma sede de la representación diplomática detrás del predio de la rural de Palermo, en Buenos Aires. Iba con enorme curiosidad y todo lo que se me ocurría como interrogatorio me parecía insuficiente. Cuando estuve frente a él, le recordé que había conocido en el Museo Nacional del Aire y del Espacio, en Washington, la Apolo 11, en oportunidad de hacer en los años ’80 una capacitación en University Columbia en Nueva York. Allí estaba la nave de esta historia. Pequeña para trasladar en semejante viaje a tres astronautas, pero inmensa en el objetivo logrado.
Armstrong, con sencillez fue recordando el viaje, el más imborrable de su vida. El hombre había llegado a la Luna, y era el elegido y me hacía vivir ese suceso y recordar aquellas imágenes en blanco y negro de la Televisión, imborrables, vistas en Facundo Quiroga.
A 50 años de aquel suceso, me permití compartir mis vivencias en relación a tan trascendente acontecimiento de la humanidad. Mi primera impresión al verlo me recordó a Juan Pablo II a quien había entrevistado, para el mismo Canal 13, en oportunidad de su segunda visita al país, unos años antes, por su sencillez y facilitador del dialogo además de algunos rasgos físicos. No dudé que Dios estaba ahí dándome otra oportunidad como periodística. Me sentía que había llegado a la Luna. Conocí a Neil Armstrong y el me hizo ‘cómplice’ de sus sensaciones y experiencia. Única!… y ‘estuve ahí’.
Para CN, Gustavo Tinetti
Agencia MTR