viernes, abril 19, 2024
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Jesús “Descendió a los Infiernos”

En cada Misa en el rezo del “Credo” se repite hasta inconsciente  entre la feligresía…   fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,  al tercer día resucitó de entre  los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha  de Dios, Padre Todopoderoso. La gran pregunta que ha surgido en los últimos tiempos es que significa “descendió a los infiernos… y subió a los Cielos”.
Un grupo de Teólogos entienden que Cristo bajó a los infiernos, afirmando que participó de la muerte como soledad, abandono e infierno total, como frustración sin sentido, degustando el amargo silencio de Dios. Es decir, Jesús,  compartió la soledad suprema del hombre ante la muerte sin futuro, recorriendo el camino del hombre pecador hasta la oscuridad sin fin. Así venció para siempre la soledad del infierno, es decir, de la muerte como fracaso de la existencia humana. La salvación de Cristo es universal y total en el espacio y en el tiempo. Desde Cristo, el creyente ya no afronta la muerte en soledad total; el infierno de la no existencia del hombre dejado a sus solas fuerzas ha desaparecido.
Otra interpretación señala que el infierno de entonces era el purgatorio de nuestra época. Por lo tanto Jesús descendió a buscar las almas del Purgatorio y las llevó a la vida eterna. De lo contrario sería suponer que Dios se acercó al  “Diablo” al pensar en su descenso al infierno.
Las corrientes teológicas contemporáneas señalan que la desgracia del hombre pecador, que experimenta la muerte, consiste en estar excluido del reino de Dios: vive lejos y apartado de Dios (Sal 6,6; 88,11-13: 115,17). Confesar que Jesús descendió a los infiernos, es afirmar que descendió a la muerte del hombre pecador, sufriendo el radical abandono y soledad de la muerte como experiencia del absurdo y de la nada, que es el abandono de Dios.Ello nunca sucedió. Bajó a elevar desde el Purgatorio a las almas para ponerlas junto al Padre.
El artículo de la fe en el descenso a los infiernos nos recuerda que la revelación cristiana habla del Dios que dialoga, pero también del Dios que calla. Dios es Palabra, pero es también silencio. El Dios cercano es también el Dios inaccesible, que siempre se nos escapa, «siempre mayor» que nuestra experiencia, siempre por encima de nuestra mente. El ocultamiento de Dios nos libera de la idolatría. En el silencio de Dios se cumplen sus «misterios sonoros». La vida de Cristo pasa por la cruz y la muerte con su misterio de silencio y obscurecimiento de Dios.
El Hijo conserva la fe cuando, al parecer, la fe ya no tiene sentido, cuando la realidad terrena anuncia la ausencia de Dios de la que hablan no sin razón el mal ladrón y la turba que se mofa de El. Su grito no se dirige a la vida y a la supervivencia, no se dirige a sí mismo, sino al Padre.Esta bajada a los infiernos es la explicitación del grito de Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Pero no podemos olvidar que este grito expresa la angustia y la esperanza del elegido de Dios. La recordación comienza con la más profunda angustia por el ocultamiento de Dios y termina alabando su bondad y poder salvador.
 

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